La gente se agolpaba en las calles de París el 21 de septiembre de 1822 para presenciar el desfile hasta el cadalso instalado en la plaza de Grèves (la actual plaza del Hôtel de Ville) de las cuatro carretas que transportaban a los cuatro sargentos que habían sido condenados a muerte, acusados del delito de alta traición por conspirar contra la monarquía. El triste cortejo atravesó entre dos filas de soldados una turbamulta inmensa, inmóvil y silenciosa, que se asomaba también a las ventanas, que llenaba los muelles y los puentes del Sena y que se encaramaba incluso sobre los tejados de las casas para acompañar hasta la guillotina a aquellos jóvenes soldados, llenos de fuerza y de vida y que, a pesar de todo, hacían gala de una sorprendente tranquilidad.
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