Desde que el primer Almirante escribió a los reyes anunciándoles el descubrimiento del edén terrenal, circularon por Europa infinidad de textos en los que se hablaba de dichos territorios como de la nueva tierra de promisión. Así, mientras Américo Vespuccio se refirió a las islas de los Gigantes, Colón aludió a las amazonas y a las sirenas –aunque decía que “no son tan bellas las que vi”–, Juan Ponce de León a la fuente de la Eterna Juventud, Nicolás Federman a los pigmeos y Ulrico Schmiedel a un fabuloso rey blanco.
Y es que en este Nuevo Mundo todo parecía desmedido, pues, como afirmaba un cronista de la época, “conquistador que ha caminado diez leguas habla de ciento por hacer proeza, y él mismo termina por creérselo”. De todos estos mitos, quizá el de El Dorado fue el que más pasiones levantó.
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