En el otoño caen las hojas y la naturaleza pierde gran parte de su vitalidad. No es extraño, pues, que por una especie de reflejo simbólico, sea una época propicia para meditar sobre la muerte y rendir especial recuerdo a los seres queridos que nos han abandonado.
Nuestra cultura dedica los dos primeros días de noviembre a las ánimas o difuntos, aunque sea oficialmente festivo sólo uno, denominado Fiesta de Todos los Santos, modo metafórico de incluir a nuestros difuntos dentro del celestial ejército de los benditos. A esta festividad se le atribuye un origen celta, ya que la Iglesia, hasta el siglo IX, se limitaba a celebrar en primavera las muertes de la Virgen, los apóstoles, los mártires, los confesores y los justos.

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