Fue en el año 1054 cuando el papa León IX, amenazado por los normandos, envió una embajada a Constantinopla para solicitar la ayuda de Bizancio y, al tiempo, resolver algunas diferencias religiosas. La comitiva iba encabezada por el cardenal Humberto de Silva, de notable erudición teológica, patrística y canónica, helenista y muy laborioso. Pero, al mismo tiempo, impetuoso y vehemente; no era, quizás, el más adecuado para una misión que exigía tacto y delicadeza.
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Buenísimo resúmen del gran cisma, de lo mejor, me gustaría leer más del historiador Cortez.