Corría 1968 y Samir abu Salim, un palestino de 25 años, se tragaba la ira que sentía por la ocupación israelí en Palestina como el resto de sus ciudadanos: observando a los soldados con los brazos cruzados a la espalda y maquinando complejas operaciones militares que nunca llevaría a la práctica. Hasta que un día presenció una escena que le cambiaría para siempre, proporcionándole una misión y una vocación. Era una mañana soleada y el general Moshe Dayan, entonces ministro de Defensa israelí, excavaba en cuclillas y con sus propias manos el terreno de la familia de Abu Salim en la localidad de Dar al Balaj, en Gaza. “Me extrañó mucho verle así. Dayan se ponía exultante cuando encontraba algo, pero yo no distinguía lo que sacaba”, rememora Samir. No tardaría en saberlo. Lo que el general del eterno parche buscaba con tanto afán eran restos arqueológicos, como el millón de piezas que, en los años siguientes, serían extraídas por los israelíes de los territorios ocupados a los palestinos.
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