Si aceptamos la cronología más común, Hammurabi hubo de nacer en torno a 1820 a.C. Por entonces reinaba aún su abuelo Apil-Sin (1830-1813 a.C.), cuarto monarca de la hoy llamada I Dinastía de Babilonia, que se había constituido en ciudad un par de generaciones antes. En efecto, hacía poco más de setenta años que su fundador Sumuabun, un jeque “amorreo” o “amorita”, es decir, un pastor procedente del desierto de Arabia y Siria, había conquistado la que entonces era una pequeña aldea junto al Éufrates, se había instalado en ella y había comenzado a engrandecerla.
Durante su infancia, Hammurabi recibió sin duda una esmerada educación en lengua acadia, al margen por completo de las tradiciones trashumantes de sus antepasados. Desde la caída de la III Dinastía de Ur, en torno a 2003 a.C., muchas de las ciudades mesopotámicas antaño sometidas a su dominio habían pasado a manos de diversos invasores del desierto y de las montañas, y en todas partes se había dado el mismo fenómeno de rápida aculturación. Ni siquiera sabemos hoy si los dialectos amorreos se parecían o no al árabe de los siglos siguientes, porque los amoritas instalados en Mesopotamia los olvidaron pronto.
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