Al caer la noche del 5 de marzo de 1939, el coronel Segismundo Casado lideró un golpe de Estado contra el Gobierno que presidía Juan Negrín. Se trataba de una acción coordinada en el territorio controlado por la República. El plan fue urdido durante meses. Esbozado desde finales de 1938, enhebrado en enero de 1939 y rematado en el mes de febrero, el golpe solo encontró la oposición del partido comunista, cuya previa neutralización, represión y desconcierto táctico evitó la resistencia a escala global.
No sucedió lo mismo en Madrid, espacio central de la estrategia conspirativa. Aquí los comunistas locales interpretaron que la acción casadista les convertía en moneda de cambio de unas hipotéticas negociaciones de paz, o en el chivo expiatorio sobre el que recaería la culpabilidad de una guerra prolongada. Además se daba una cuestión de coherencia política: los comunistas siempre habían aspirado a encarnar el lema resistir es vencer, y habían constituido el armazón básico de la política de guerra del presidente Juan Negrín. Todo ello quedaba amplificado en la ciudad de Madrid, frente y retaguardia al unísono, símbolo de la resistencia republicana.
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