Jean Calas vivía con su familia en un piso encima de la tienda de ropa que poseía desde hacía cuarenta años en la calle Filatiers, una de las principales de Toulouse en el siglo XVIII. Casado con Anne Rose Cabibel, una inglesa dieciocho años menor que él, tuvieron seis hijos, cuatro muchachos y dos chicas. En el momento del drama, en octubre de 1761, solo dos estaban presentes en el domicilio. Las dos hijas, Rosine y Nanette, se hallaban en el campo, y el menor, Donat, trabajaba como aprendiz con un mercader de Nimes. Louis, el tercer hijo, había abandonado el hogar tras convertirse al catolicismo. Sin empleo fijo, vegetaba con la pensión que le pagaba su padre, como mandaba la legislación contra los protestantes que tenía el efecto nefasto de fomentar la vagancia de los hijos conversos.
Aparentemente, los Calas eran católicos, pero no practicaban, y en su fuero interno seguían siendo protestantes, pese a haber obtenido el certificado de catolicidad para contraer matrimonio. Desde la revocación del Edicto de Nantes en 1685, la monarquía francesa había prohibido la práctica de todo culto distinto al católico. Las infracciones se castigaban con confiscación de bienes y pena de galeras a perpetuidad para los hombres y de cárcel vitalicia para las mujeres. Pese a las medidas represivas, la persistencia de un calvinismo íntimo e inexpugnable exasperaba a las autoridades laicas y eclesiásticas. En 1751, el pastor Antoine Court escribió que habían sido arrestados 2.000 protestantes y 200 fueron condenados a galeras entre 1745 y 1746. Según Voltaire, ocho predicadores fueron ahorcados entre 1745 y 1762.
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