

Hace 1.700 años, en Nicea (actual Turquía), uno de los principales centros culturales del Imperio romano en Asia Menor, se celebró el primer concilio universal –no limitado a una sola provincia– del cristianismo.
El sínodo fue convocado por Constantino, que tras el Edicto de Milán de 313, por el que reconoció la libertad de culto, había iniciado un rápido proceso de acercamiento a la jerarquía eclesiástica.
El emperador era consciente de que un imperio unido necesitaba una religión unida, por lo que había que acabar con la división entre los cristianos, que amenazaba con provocar una nueva guerra civil. De ahí que pusiera a disposición de los obispos todos los medios –carros, alojamiento y manutención sufragada por el erario público– para que pudieran asistir y el concilio fuera un éxito.
El encuentro se desarrolló entre el 20 de mayo y el 25 de junio del año 325, y en él se debatió, sobre todo, acerca de la naturaleza de Cristo como hijo de Dios: mientras que para el presbítero Arrio de Alejandría no podía ser divina, para otros obispos sí lo era.
El concilio acabó condenando la doctrina arriana y aprobando el Credo niceno, vigente aún en gran medida, y encarnó el primer paso de una alianza entre el trono y el altar sin la cual no se entendería el devenir histórico del Occidente cristiano.

Un artículo que publicamos este mes ofrece los detalles de un encuentro que conmemora su 1.700 aniversario y que será recordado por el nuevo papa León XIV en el primer viaje oficial de su pontificado.
Un Dossier sobre el sexto centenario de Enrique IV y un estudio de por qué la figura
de Colón no deja indiferente a nadie completan, entre otros muchos temas, el ejemplar.
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