Siete de la mañana del día 21 de febrero de 1916. Los primeros rayos de luz empiezan a abrirse paso entre la neblina que cubre los bosques nevados de Caures y Haumont, en las inmediaciones de Verdún. En los doce kilómetros de frente que van de Avocourt a Eparges, los observadores franceses vigilan las líneas alemanas como todos los días. El frente lleva meses estabilizado en la zona hasta el punto de que algunos centinelas no temen dormirse en sus puestos de guardia. Quince minutos más tarde, un cañonazo estridente rompe el silencio por sorpresa. A continuación, una lluvia de fuego y acero se precipita sobre las líneas francesas. Es el comienzo de lo que se llamará el infierno de Verdún.
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