A mediados de julio de 1304, la ciudad de Arezzo estaba repleta de prófugos florentinos, güelfos blancos, expulsados dos años antes de su patria, que se mezclaban con sus antiguos adversarios gibelinos, exiliados desde hacía mucho más tiempo, ardiendo en ganas de combatir para regresar a Florencia. Entre ellos se encontraban personajes muy conocidos, como el gran banquero internacional Vieri dei Cerchi, e intelectuales de la importancia de Dante Alighieri, que comenzaba ya a preguntarse qué estaba haciendo él en aquella jaula de locos, devorados por el odio partidista.
Sin embargo, la masa estaba formada por individuos oscuros, que se habían visto obligados a huir a toda prisa, cargando con mujeres, hijos y unas pocas pertenencias. Entre estos, un notario originario de Val d’Arno, un tal Pietro di ser Parenzo, llamado también Petracco.
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