Después de licenciarse en Filología Hispánica y de doctorarse por la Universidad de Barcelona en 2010, con una tesis sobre el escritor y periodista de la generación del 98, José María Salaverría, Andreu Navarra (1981) obtuvo una de las prestigiosas becas posdoctorales Juan de la Cierva y se trasladó a la Universidad Autónoma de Barcelona. No cambió de ciudad, pero sí de disciplina, pues fue en la UAB donde, bajo el magisterio del profesor Ricardo García Cárcel, mutó de filólogo a historiador e inició, tras familiarizarse con los fundamentos de la historia cultural europea, una brillante carrera investigadora que le he llevado a convertirse, pese a su juventud, en uno de los más destacados historiadores de su generación. A su primer libro como historiador, titulado La región sospechosa: la dialéctica hispanocatalana entre 1875 y 1939 (Servei de Publicacions de la UAB, 2012), siguieron cuatro importantes monografías –El anticlericalismo. ¿Una singularidad de la cultura española? (2013), 1914: aliadófilos y germanófilos en la cultura española (2014), El regeneracionismo: la continuidad reformista (2015), El ateísmo: la aventura de pensar libremente en España (2016)– publicadas por la editorial Cátedra, el ensayo El espejo blanco: viajeros españoles en la URSS (Fórcola, 2016) y su, hasta la fecha, único libro en catalán: Aliadòfils i germanòfils a Catalunya durant la Primera Guerra Mundial (Centre de Cultura Contemporània, 2016). Durante los últimos años, Navarra ha compaginado su trabajo como profesor en la Educación Secundaria y en la Universitat Oberta de Catalunya, con una activa presencia en la prensa cultural (digital y en papel), donde ejerce la crítica literaria y ha desarrollado, también, una notable labor como divulgador. Por si todo esto fuera poco, ha tenido tiempo para culminar un proyecto en el que ha trabajado en silencio durante años: la redacción de una monumental biografía del escritor e intelectual catalán Eugenio d’Ors (Barcelona, 1881 – Vilanova i la Geltrú, 1954), titulada La escritura y el poder, que acaba de publicar Tusquets, hace apenas unas semanas.

Pregunta. En los últimos años se ha movido en un ámbito, digamos, macro. Ha escrito libros sobre coyunturas concretas, como la Primera Guerra Mundial o la Revolución Rusa, pero también trabajos panorámicos o diacrónicos, que abarcan períodos muy extensos de la historia de España. Por eso, la primera pregunta es obvia: ¿por qué Eugenio d’Ors? Y, ¿por qué una biografía? ¿Qué le llamó la atención del personaje y por qué razón creyó que merecía un esfuerzo casi titánico, como el que le han supuesto estas 500 páginas?

Respuesta. Por una sencilla razón: Eugenio d’Ors no estaba bien explicado. Pese a que la bibliografía sobre él era inmensa, adolecía de defectos muy claros: en primer lugar, una gran dispersión; en segundo lugar, era necesario coser al Ors catalán con el Ors castellano, mostrar que eran la misma persona. Ninguna bibliografía lo había conseguido, porque ponían el acento en cuestiones teóricas y en la glosa de los Glosarios. Pero a la persona humana, también escondida detrás de anecdoctarios, le costaba asomar. Mi trabajo proponía un cambio total de táctica: prioridad total a los archivos, las cartas, los materiales inéditos y las ediciones en libro. Y había que prescindir del presentismo: Eugenio d’Ors no debía servirnos para apuntalar ninguna cuestión candente actual. Para escribir un relato de la vida de ese hombre se necesitaba a alguien que o bien fuera catalán o dominara su literatura, el contexto que faltaba en las aportaciones castellanas, y también que fuera filólogo, para atender al escritor; e historiador, para atender al político y al gestor cultural. Aunque el déficit más importante era el estudio de las relaciones orsianas con otros intelectuales castellanos: parece mentira pero nadie se había entretenido en comentar las relaciones de Ors con Unamuno. Tampoco con Maragall, Maeztu, Azorín, Sánchez Mazas, Ridruejo, Eduardo Aunós o Joaquín Ruiz Giménez, personajes clave en su biografía. Pensé que podría aportar nuevos enfoques.

Andreu Navarra ha publicado recientemente "La escritura y el poder: Vida y ambiciones de Eugenio D'Ors" (Tusquets).
Andreu Navarra ha publicado recientemente «La escritura y el poder: Vida y ambiciones de Eugenio D’Ors» (Tusquets).

P. En el prólogo insiste mucho en la palabra “relato”, dando a entender que su biografía no es un trabajo positivista, apegado a la enumeración fría de los hechos, sino que ha concedido importancia al contenido (hay un enorme trabajo de archivo detrás, como el lector comprueba desde el principio), pero también a la forma y a la narración. Dice, también, que ha pretendido captar “la vida de una persona que pensaba y escribía”, en el sentido de que no ha querido quedarse solo con la imagen del Eugenio d’Ors intelectual, sino que se ha preocupado especialmente por el ser humano y por su esfera privada e íntima. Da la sensación de que, frente a la imagen tópica y estereotipada que tenemos del personaje público, usted ha querido acercarnos a la persona o, parafraseando un título del propio d’Ors, “al hombre que trabaja y que juega”. ¿Es así?

R. Aquí protesto: sí soy positivista (Risas). Pero lo que no quiero ser es indigesto. Yo he querido escribir un libro a la anglosajona. Gran parte de la producción académica española cae en saco roto porque es ilegible, porque abruma de notas a pie de página totalmente superfluas. Porque en nuestro país demasiadas veces se confunde la historia con la propaganda partidista. Parece que tengamos que pasarnos la vida leyendo tesis doctorales, o que tengamos que acostumbrarnos a que nos cuelen verdades a medias, o bien miedosas, deudoras de intereses políticos. ¿Por qué no aportamos relatos de las vidas de personajes interesantes, con gancho, con un estilo riguroso y ameno? Cuando leo a Anthony Beevor, no sólo me cautiva con su talento narrativo, también entiendo que intenta aportarme una historia interesante sin adoctrinarme. En mucho de nuestro ensayo sobra paternalismo y falta confianza y complicidad. Con Ors hay un verdadero problema, son demasiados los libros que confunden historia o divulgación con propaganda, o traumas colectivos con la historia de un señor que escribía. Yo, como todos, tengo mis ideas. Pero a mi lector creo que le tienen que interesar más bien poco.

Muchos libros sobre Ors (pero también otros sobre los temas más diversos) son propaganda descarada, tesis partidistas. ¿Y si explicáramos la vida de los escritores y políticos con un mínimo de desinterés? Y ese desinterés es el compromiso de verosimilitud. La objetividad total no existe, pero sí la ecuanimidad, y ello no debe ser una excusa para que demos gato por liebre, inventándonos personajes que cuadran con ideologías presentes o conservando mitos acríticos, o tratando de mostrar nuestra coherencia fijándonos en un héroe u otro. Yo no creo en los héroes. Creo que deben escribirse la historia y la biografía desde la complejidad. Vivimos en un entorno demasiado simplista. En este sentido, acudir al archivo resulta fundamental. Como d’Ors escribió toneladas de papel, era demasiado evidente centrarse en el contenido de los glosarios. ¿Y si además nos proponíamos escribir una biografía biográfica? Ése era el reto: entender a quién amaba ese hombre, qué escribía y por qué, cómo y dónde pasaba las tardes, quiénes eran sus amigos, su familia, y cómo eran sus hogares, sus sufrimientos, sus vanidades, sus ambiciones, qué tomaba, quién le felicitaba el cumpleaños…

P. En cualquier caso, resulta evidente, y así lo anuncia desde el primer momento, que uno de los objetivos de La escritura y el poder ha sido unir, en un mismo relato, a los dos d’Ors que conocemos: el catalán, anterior al 1922, y el madrileño, posterior a esa fecha clave de su biografía. Dos hombres a los que, hasta ahora, la historiografía había estudiado por separado. Explica usted que la oceánica bibliografía orsiana ha dificultado mucho la tarea de quienes le han precedido, pero que, para que su libro aportase una auténtica novedad, resultaba imprescindible interrelacionar ambas trayectorias. Además de esa razón objetiva, ¿hasta qué punto han influido los prejuicios ideológicos a la hora de silenciar –desde dentro y desde fuera de Cataluña– una de esas dos mitades de la biografía que, por otro lado, y siendo tan conocidas ambas, resultaban imposibles de ocultar? Lo pregunto porque usted mismo apunta la teoría de que Josep Pla, al que tradicionalmente se ha considerado como “enemigo íntimo” de d’Ors, contribuyó mucho a construir ese tópico sobre los dos d’Ors: el del Glosari escrito en catalán y el posterior a su “exilio” madrileño (que ya escribe en castellano), al que Pla despachaba como una especie de sucedáneo del primero, que era el verdadero “Xènius”, porque era el hombre de la Lliga Regionalista que escribía en el periódico La Veu de Catalunya, afín al partido de Prat de la Riba y Francesc Cambó, hegemónico en el catalanismo conservador.

R. Yo defiendo que Eugenio d’Ors ya era un escritor bilingüe en 1905. Su primer libro de relatos apareció en Madrid en castellano, y pasó allí largas temporadas escribiendo en Renacmiento y relacionándose con Julio Camba, Juan Valera, Ramón Menéndez Pidal, Marcelino Menéndez Pelayo y Joaquín Costa, entre otros. En catalán, Xènius escribió decenas y decenas de glosas dedicadas a escritores castellanos, desde Maeztu a Juan Ramón Jiménez pasando por Colombine, Ramón Gómez de la Serna, Emilia Pardo Bazán y Ramiro de Maeztu. Su relación epistolar con Unamuno empezó en 1907. Existe el tema de su dimisión de 1914: esa carta a Prat en la que dimitía de su puesto en La Veu de Catalunya y, además, intentaba que su nuevo patrón fuera Ortega. Las raíces de la defenestración de 1919-20 hay que encontrarlas en años muy anteriores. Desde muy pronto, Ors está escribiendo a sus amigos que no se siente a gusto en Barcelona. Ors no fue feliz en Barcelona, era muy odiado, y en Madrid, quizás, a medias: pero en Madrid sobrevivió, por razones que sería muy largo de explicar aquí. Lo que no podía volver a pasar es que el biógrafo (y el lector) llegaran fatigados a 1920, tras folios y folios de comentarios al Glosari. Y a la inversa: que para llegar rápido a 1923 o 1931, se evitara comentar por extenso el contexto catalán. Otro reto era ofrecer un relato equilibrado, armónico, con cabida para todas las caras del poliedro Ors.

En cuanto a Pla, se reía de la estética y de los modismos abarrocados de Xènius, pero también dejó escrito que, muy probablemente, sin el Glosari de 1906, el ensayo catalán no se hubiera desarrollado con la universalidad debida de forma tan abrupta. Porque algo que debe subrayarse también es la insultante, la casi insoportable universalidad del glosario catalán. Todos los glosarios rebosan de universalidad. La irrupción de Xènius fue meteórica y probablemente toda su trayectoria posterior bebió de ese Big Bang inicial. Hasta el enemigo más acérrimo de d’Ors ha de convenir en que era un gestor cultural visionario, un constructor nato de bibliotecas y de proyectos culturales sólidos. Su labor, en este aspecto, fue inmensa.

P. En esa misma línea, me gustaría preguntarle por otro sesgo, que usted denuncia en su obra. Me refiero al hecho de que los especialistas de la academia solo se han ocupado del Eugenio d’Ors autor del Glosari (la sección fija de “glosas” o comentarios de actualidad que Ors escribió a diario durante décadas, primero en periódicos catalanes y, después, madrileños), del que firmaba como “Xènius”, pero han menospreciado su faceta como escritor de ficción. Quizá con la única excepción de La ben plantada (1911), su obra más conocida, no se ha estudiado en profundidad al D’Ors autor de novelas vanguardistas, como tampoco se ha estudiado su faceta, nada despreciable, como crítico de arte. Se podría decir que el d’Ors intelectual orgánico, al servicio de la Mancomunitat, primero, y del régimen franquista, después, ha opacado la riqueza de un personaje poliédrico, con muchas aristas.

R. Yo pienso que el ruido y la política (que a d’Ors le encantaban), y el franquismo y los errores, así como también su carácter peculiar (estamos hablando de un hombre que se consideraba un nuevo Prometeo, es decir, un semidiós), eclipsaron a un gran escritor. El ensayo orsiano es un artefacto de primer orden: hay glosas extraordinarias en todas las épocas del  autor. Probablemente, lo peor que escribió fueran sus ensayos fascistoides y megalómanos. Pero hay un Ors casi intimista, que convierte sus lecturas en biografía. Por ejemplo, el de Crónicas de la ermita. ¿Qué hacemos con Sijé (1928), un texto magistral y enigmático, del que no sabemos prácticamente nada? ¿Qué hacemos con tantos y tantos ensayos estupendos, como Lo barroco o Tres lecciones en el Museo del Prado? Si algo hay de encomiable en la vida de d’Ors son sus libros: El valle de Josafat, la imprescindible Oceanografía del tedio, de una modernidad que deja la boca abierta. Por no hablar del crítico de arte, un aspecto casi desconocido, y que también se ha intentado potenciar en La escritura y el poder. Hay muchos libros del autor de los que no sabíamos prácticamente nada, así como de la documentación editorial que los acompañó, que se encuentra en el Archivo Nacional de Sant Cugat. En cuanto a la narrativa orsiana, he intentado socializar el contenido de excelentes estudios académicos y reconocer el trabajo hecho a quienes le han estudiado y siguen estudiándolo.

«D’Ors jamás renegó de sus posturas más extremistas. Ahora bien, es cierto que mientras depuraba instituciones públicas sacaba a gente de campos de concentración»

P. Es más o menos, lo mismo que sucede con Pla o con Azorín, autores de obras vastísimas, que tocan varios géneros (e incluso los fusionan), pero sobre los que, sin embargo, pesa la losa de su conservadurismo político, como algo de lo que jamás podrán deshacerse. Por otra parte, defiende usted que d’Ors fue un puente entre la cultura española de la Edad de Plata, anterior a la Guerra Civil, y la de la posguerra franquista, y que, pese al rechazo –por razones políticas– que genera su figura, sobre todo en Cataluña, sus coetáneos sí le reconocieron ese esfuerzo por intentar “salvar” lo mejor de cada bando enfrentado en la guerra, para unirlo en un esfuerzo común por dignificar la cultura española.

R. No creo. Yo pienso que d’Ors era un fascista. Posiblemente el primer fascista español, y el maestro de todos los falangistas y franquistas cultos españoles. Y lo era porque su mentalidad era estatista, dieciochesca. Él lo proclama: lo suyo es el despotismo ilustrado. La Heliomaquia es despotismo ilustrado. Yo creo que ese carácter de puente entre la cultura liberal y vanguardista y el mundo oscuro de los años cuarenta debió de sorprenderle un poco. D’Ors jamás renegó de sus posturas más extremistas. Ahora bien, es cierto que mientras depuraba instituciones públicas sacaba a gente de campos de concentración. Es cierto que dio de comer a Zabaleta, un artista represaliado por republicano. Es cierto que mantenía contacto directo con el exilio, y que conservó amistades de izquierda. Como también es cierto que fue buscado por la juventud reformista y cristiana más interesante del período franquista: estamos pensando en Aranguren, Bohigas, Ridruejo o Ruiz Giménez. Como también es verdad que, en aquella época asfixiante, organizaba exposiciones cubistas y no se cansaba de escribir sobre Voltaire o sobre las Vanguardias.

Ors era un hombre de una inteligencia colosal. Él sabía cuál era su papel y su importancia en aquel contexto: de algún modo, en la medida en que su vanidad se lo permitió, pidió perdón a Antonio Machado. Por cierto, adoraba a su hermano Manuel. Pero su papel de puente se lo reconocieron otros. Por ejemplo, Valverde. Si me hicieran destacar un rasgo de la personalidad de Ors diría: en primer lugar, su vanidad; en segundo lugar, su inteligencia, posiblemente excesiva. Para sí él proponía el mito de Prometeo. Para Ors me gusta más el de Ícaro. Y sus alas eran su inteligencia desaforada, invasiva. Era un hombre ávido de saber y sediento de aceptación. Y, además, no era un hombre dogmático, sino receptivo. La ironía le permitía integrar lo que le gustaba menos. Su ironía y su respeto por todas las inteligencias (fue un gran amigo de Andreu Nin, o de Francesc Layret) eran algo evidente. También se buscaron entre sí en esa época figuras veteranas del catalanismo, como Sagarra, Pujols y el propio Ors, para reconocerse, abrazarse, asombrarse de tanto pasado.

P. Desde el punto de vista de su legado, apunta usted que, a partir de los años ochenta, d’Ors empieza a salir del famoso purgatorio, gracias a una serie de reediciones de sus obras que lo han sacado del olvido y lo han convertido, si no en autor conocido y leído, al nivel de un Ortega y Gasset, sí en un escritor al que se publica y se estudia en la Universidad (en su biografía se destaca y se pondera el trabajo de académicos como los profesores Xavier Pla, Maximiliano Fuentes o Javier Varela, autores de recientes y enjundiosos trabajos sobre d’Ors). ¿Cuál es, hoy en día, el estado de la cuestión orsiana? ¿Qué queda por hacer, a nivel académico, editorial o institucional, para terminar de normalizar la presencia del autor en el lugar en el que, por la calidad de su obra, le correspondería?

R. Publicar muchos de sus numerosos inéditos. Reeditar muchos de sus libros más desconocidos, algunos auténticas joyas, como la novela Sijé o el ensayo Mi salón de otoño. Por ejemplo, yo editaría una antología de sus mejores glosas de la serie Estilo y cifra. No sabemos casi nada del Ors escritor en francés, que publicaba nada menos que en Galimard. Pero antes, creo que sería prioritario ofrecer un relato riguroso y manejable de la vida de este escritor, que ahondara en todas sus épocas y acabara con no pocos mitos o tópicos. También pienso que faltan monografías sobre libros importantes de d’Ors que, por razones diversas, han pasado desapercibidos. Por mi parte, yo no doy por zanjado el asunto ni por asomo. Lo que no podía ser es que en cuestiones tan básicas como la relación entre d’Ors y Maragall, uno de sus maestros, no hubiera un discurso coherente. O que no pudiéramos relacionar a Xènius con el intelectual con el que creo yo que mostró más sintonía: Maeztu. Tampoco creo que podamos seguir estudiando las novelas de Azorín sin tener en cuenta las de d’Ors, y viceversa. Ors siempre sorprende: era un hombre capaz de ser amigo, a la vez, de Lorca y de Salazar.

Eugenio D'Ors, en su biblioteca, fotografiado por Campúa en 1916.
Eugenio D’Ors, en su biblioteca, fotografiado por Campúa en 1916.

P. Le hago esa pregunta porque, como usted apunta en algún momento, resulta realmente incomprensible que autores como d’Ors o el citado Pla, que se supone que forman parte del canon de las letras catalanas, estén ausentes en muchos planes de estudios universitarios, en grados de filología o periodismo, donde deberían ser autores de referencia, tanto en Cataluña, como en el resto de España. En el caso de d’Ors, se da la paradoja de que, siendo, fundamentalmente, un periodista, esto es, un hombre que escribía para el lector común de la época, ha quedado, sin embargo, como una especie de escritor de culto, para la minoría selecta primera de la academia, pero completamente alejado de ese gran público que le granjeó el éxito y le dio un nombre, igual que se lo dio al Azorín del ABC, al Ortega de El Imparcial o El Sol, al Chaves Nogales del Ahora o al Pla de Destino. ¿Alguna posible explicación?

R. Es posible que la explicación radique en la propia crisis de la academia. A nuestra clase dirigente no le interesa formar ciudadanos que consigan entender su realidad a través del estudio detallado de nuestros escritores mayores. Estamos viviendo una época de contrarrevolución digamos feudal. La cultura del tuit y el eslogan ha de hacer fácil el ascenso de políticos totalmente mediocres, y la sociedad debe ser limpiada y desinfectada de pensamiento humanístico. Por esta razón, opino que la reacción ha de venir del sector privado: de las tareas del editor y de la creación de un público exigente que no encontrará lo que busca en una universidad infantilizada a la fuerza, sino en la producción independiente. En este sentido, espero poco de la cultura más oficial. No porque haya malos profesionales en la universidad, sino porque les están atacando y van a por ellos, para que se callen y se dobleguen y el estudiante medio no pueda superar la adolescencia intelectual. Naturalmente lo hará, pero fuera de la universidad precarizada y desvirtuada, buscándose la vida. En las librerías que sobrevivan al infantilismo generalizado.

Nuestras instituciones no están interesadas en crear ciudadanos críticos: sólo buscan generar la pátina de tristes conocimientos básicos para el desempeño de tareas de lo más precario. Pero la sociedad reaccionará: buscará su propia historia y sus propias raíces para generar espacios no oficiales de discusión ideológica y humanística: es lo que sucedió en 1770, y también lo que pasó hacia 1900: no tendremos más remedio que volver a ser como Pijoan, Ors, Unamuno, Ortega o Prat de la Riba: espabilarnos para salir del círculo vicioso de una universidad neomedievalizada. En este sentido, a la pedagogía oficial le importan un pimiento Ortega, Sender o Chaves Nogales: será el público quien se bañe en esa excelencia y sienta deseos de emularla. En la imprescindible recuperación de un grande como Chaves hay mucho más que agradecer al editor de Libros del Asteroide que a la universidad, una institución que no se está encontrando a sí misma.

El sistema quiere que el estudiante pague mucho y calle. Pero esto no se va a conseguir: el estudiante buscará la complicidad del profesor dinámico, rechazará escolásticas y sucedáneos y exigirá la calidad propia de una sociedad avanzada: entonces volveremos a ver a Pla y a Ortega y a Zambrano en las aulas. Actualmente se está dirimiendo la lucha sorda entre los profesores comprometidos con el saber y la lejía tecnocrática con sus algarabías grotescas. En este sentido, veremos un nuevo Renacimiento, otra vuelta a la dignidad: la del docente y la del estudiante, nuestro docente de mañana. Es posible que las universidades menores comprendan antes que los tinglados enormes la necesidad de volver a la lectura compartida y al valor de la historia de los intelectuales. Estoy totalmente convencido de que ganará la cultura, porque buscar la cultura, reeditar y leer y compartir, significa su triunfo en sí, el significado del discurso público reformista. La palabra es más tozuda de lo que parece.

«Creo haber conseguido señalar las contradicciones de un personaje que hizo de la contradicción y la controversia un deporte»

P. Y, por último, una pregunta de tipo más personal, volviendo un poco al principio. Si el propósito de La escritura y el poder era indagar no solo en el político o el intelectual, sino en –y son palabras suyas– la persona de Eugenio d’Ors, para buscar “al padre, al amante, al novelista, al dibujante, al funcionario, al tertuliano, al falangista, incluso al poeta o al amigo o al galanteador”, ¿cómo ha terminado esa aventura? ¿Qué ha encontrado en la persona que haya cambiado o alterado la visión que tenía de él cuando solo conocía al personaje?

R. Pronto percibí que la relación de Ors con Barcelona, su ciudad natal, y con su círculo político-ideológico natural, el entorno liguero, era mucho más problemática de lo que se había pensado. Creo haber conseguido señalar las contradicciones de un personaje que hizo de la contradicción y la controversia un deporte. También se me ha revelado un ensayista de primer orden, un crítico de la vanguardia muy avanzado para su época. Yo escribo para aprender. Si de algo no sé nada y me interesa, planifico la investigación para enterarme. Yo no sabía quién era Boutroux, la biografía me ha servido para leer a William James y a Henri Bergson, y para buscar montones de cuadros y aprender a leerlos. Reconozco que encontrar materiales como cartas autógrafas de Salvat-Papasseit, o de palpar centenares de cartas de seres próximos a Ors, todas interesantes, ha sido muy emocionante. Para quien se emociona con la tecnología Gutenberg y el fetichismo de los materiales de archivo (es que de Ors se conservan hasta facturas y cédulas y tarjetitas), Ors es un campo abonado, una fuente de maná para entender medio siglo de nuestra cultura. He aprendido un montón de filosofía y de arte. De momento me están escribiendo muchas personas que se alegran de haber leído el texto y que me hacen listas de revelaciones y descubrimientos. No puedo estar más contento y agradecido con todo ello. Ahora bien, hasta qué punto he logrado mis objetivos, no me corresponde a mí decirlo. Yo quedé satisfecho al terminarlo, y sobre todo cuando vi que la edición había sido tratada con tanto mimo.

Francisco Fuster

Las escritura y el poder. Vida y ambiciones de Eugenio d’Ors

Andreu Navarra
Barcelona, Tusquets, 2018
556 págs., 23 €

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