Un catón, según la Real Academia de la Lengua, es un “censor severo”, además de un libro sencillo para aprender a leer. Un personaje histórico, un político romano, acabó así convertido en un arquetipo para la posteridad, merced a una biografía coherente, a un retrato bien construido, legado por Plutarco. Pero, ¿es verídico?
Para que un modelo de conducta basado en la cautela o la precaución, que es lo que significaba catus en latín, haya pasado a encarnar una actitud represora conforme a una ideología reaccionaria ha intervenido una interpretación histórica muy sesgada. Se ha convertido al auténtico Catón en un exemplum encorsetado de hombre íntegro a ultranza.
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