Guy Fawkes, alférez de los Tercios de Flandes, subió al cadalso erigido en el cementerio de la catedral de San Pablo, en Londres, el 30 de enero de 1606 junto con otros tres jóvenes ingleses, todos nobles y ricos. El hacha del verdugo hizo rodar sus cabezas instantes después de que un oficial real pregonara que habían sido condenados por traidores. En el mismo lugar se repitió la misma siniestra ceremonia veinticuatro horas después y sobre el entarimado rodaron las aristocráticas cabezas de otros cuatro jóvenes. Al día siguiente, primero de febrero, el primer ministro, lord Salisbury, remitió a su rey, Jacobo I, un somero informe: “A pesar de nuestros esfuerzos, todos ellos murieron siendo católicos romanos. Por su religión sacrificaron su libertad y sus vidas”.
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