"Pese a quien pese, aquí la tienen ustedes", litografía de Tomás Padró publicada en "La Flaca" el 28 de marzo de 1873.

¿Qué número de presidentes tuvo la Primera República? Pregunta de Trivial para quesito amarillo. Diga lo que diga la tarjeta como respuesta, si a usted se le ocurre responder que «cero», lo mismo hasta acierta. Aunque parezca un poco boutade. ¿Por qué? Se dice canónicamente que hubo cuatro presidentes de la República… aunque ni fueron cuatro, ni lo fueron de la república. ¡Pues sí que estamos bien! Y es que la Primera República española, proclamada hace siglo y medio, el 11 de febrero de 1873, tiene bastantes cosas que descubrir. Y tópicos que erradicar. La República llegaría de la mano de unas Cortes de mayoría monárquicas, dos tercios de ellas eran de partidos que representaban esta opción, que se hicieron el harakiri de igual manera que, como se dijo en su momento, hicieron las Cortes franquistas para traer la democracia a la muerte de Franco en 1975. Las monárquicas, en esta ocasión, votaron para traer una República. El marco legal fue el de la Constitución de 1869. Algo raruno, pues establecía en su artículo 33 que la forma de gobierno de la Nación española era una Monarquía, pero como era cosa de un rato y en seguida se cambiaría… En su artículo 35 decía que «el poder ejecutivo reside en el Rey que lo ejerce por medio de sus Ministros», y en no habiendo monarca alguno, era evidente que debía de ser el presidente nombrado por Las Cortes, como órgano representante de la Soberanía nacional, quien fuera el presidente del Ejecutivo.

¿Esto le convertía en Presidente de la República? Diríamos que de facto, sí. Aunque de iure, no. Esto es, no existía tal figura legal, pues constitucionalmente no se puede hablar de tal figura. De hecho, en las transcripciones de los diarios de sesiones de las Cortes, o en las firmas efectuadas por ellos, siempre se hablaba de «Presidente del poder Ejecutivo». Con lo que esta es la razón por la que estricta, que no coloquialmente, no deberíamos de hablar de que hubiera presidentes de la República. Por otro lado, siempre se han dicho que fueron cuatro. Por orden, Figueras, Pi y Margall, Salmerón y Castelar. Pero tampoco es esto correcto de manera absoluta. Pues hubo un quinto: el general Serrano. Los cuatro primeros tuvieron que lidiar con la república federalista proclamada, en medio de guerras peninsulares y de ultramar, y con todos los vicios que los años anteriores no habían podido ser extirpados. Sus vidas fueron bastante diferentes, así como su ulterior proyección política, pese a que los cuatro estaban en el mismo Partido Republicano Federal. El último, acabará con el cantonalismo mediante una dictadura republicana, por así decir, ya que las Cortes fueron cerradas tras el famoso golpe del general Pavía. Vayamos, pues, con una breve semblanza de cada uno.

Estanislao Figueras

Estanislao Figueras.
Estanislao Figueras.

Figueras ha quedado como el más castizo de todos, pese a ser de Barcelona. Pues no contento con irse, dejo una atribuida frase para la posterioridad que, en cualquier caso, más refleja el ser español si me apuran. Que muestra el epítome de este periodo. La imagen más vívida presuntamente expresada por un político, que hoy mismo podría ser dicha por alguno de los que estén en el Hemiciclo del siglo XXI: «Señores, ya no aguanto más. Voy a serles franco: ¡estoy hasta los cojones de todos nosotros!». Y como en el chiste, poco menos que pedir el abrigo, el sombrero, el bastón, y marcharse de donde era imposible vivir. ¡Porque si estaría harto el hombre que se exilió voluntariamente a Francia! Directamente. Pidió a su secretario que le comprara los billetes en la más absoluta discreción, y sin avisar a nadie se plantó en el país vecino harto de la política, de sus conmilitones y del sursuncorda. La frase, de ser dicha, parece que lo fue en catalán, y espetada el 8 de junio de 1873 durante el Consejo de Ministros. «Senyors, seré sincer: estic fins als collons de tots nosaltres». En su catalán natal. Que por más que seas bilingüe, cuando tienes que blasfemar o mentar a quien te ha puesto los tegumentos como criadillas de morlaco, lo tienes que soltar en la lengua que has mamado primigeniamente. Aunque, parece ser que no hay constancia fidedigna de que tal famosa frase fuera verdaderamente dicha. Figueras era una persona que en el fondo quería caer bien. Odiaba que le pudieran tener por autoritario y hasta prefería que le tuvieran por miedoso o por pusilánime, cosa que no era. En general era un tipo que despertaba simpatías. De carácter afectuoso y de un trato llano, aunque escrupuloso y conciso en el uso del lenguaje, que manejaba de manera perfecta. Ante las imprecaciones que tuvo, por ejemplo, de aspirar a una dictadura, respondería cariacontecido, y parece ser que no en modo de ironía, pues así era en realidad, que: «Dictador yo, que no mando ni aún en mi casa». Y debía de ser grande la ascendencia que tenía su mujer, pues cuando estando él en el poder, fallecería, sería esto uno de los remaches de la decisión de abandonarlo.

Francisco Pi y Margall

Francisco Pi y Margall.
Francisco Pi y Margall.

El hombre de hielo. La austeridad hecha persona. Aquel para quien la risa y la sonrisa eran desconocidas. Siempre vestido de negro: su levita, su corbata, su sombrero de copa… ¡Todo negro! Así de alegre fue el segundo presidente del Ejecutivo. Este filósofo y abogado barcelonés llegaría con 49 años al poder, creyendo que iba a cumplir el que era su sueño político e intelectual: la instauración y consolidación de una república federal, vertebraba de abajo arriba, con las ideas de llevar a cabo reformas inherentes a las promulgadas por el socialismo utópico. Ocuparía la más alta magistratura del Estado… tan sólo 37 días. Un hombre de hielo que se quejaba de tal epíteto. «Me creéis un hombre de exterior frío y creéis que no tengo corazón, y, sin embargo, mi corazón late tal vez con más violencia que el nuestro y en él se levantan tempestades aún más sombrías y pavorosas que las tempestades políticas que corro». Difícil de creer para quien sufriera en su propio despacho un atentado por parte de un sacerdote, un perturbado, que le descerrajó dos disparos a bocajarro y, pese a esto, fallando. Aunque no el que se pegara a sí mismo. Don Francisco mandaría a su sirvienta a avisar al Juzgado, y entre que esperaba que llegaran y el consiguiente levantamiento del cadáver, el seguiría en su mesa escribiendo sus cuartillas para entregarlas a la imprenta, que las esperaban con premura. Los que sabemos lo que son los tiempos de entrega a una editorial tenemos experiencia en tener que sobreponernos a cualquier contratiempo para llegar a tiempo. Pero sin duda lo de Pi y Margall sobrepasa el nivel de ningún escritor que conozca. ¡Hay que ver el que no era de exterior frío!

Nicolás Salmerón y Alonso

Nicolás Salmerón.
Nicolás Salmerón.

Comencemos por su final. ¡No el eterno! Sino como Presidente del Ejecutivo. Con una frase que se puede leer, en este caso donde sí mora ya para la eternidad. En el Cementerio Civil de Madrid. «Dejó el poder por no firmar una sentencia de muerte». ¿Hay mayor honor eterno? Y es que, el que tuvo que coger el poder de manos de quien no quiso poderes extraordinarios, como se le concederían a su predecesor Pi, por más que intentó usarlos de la mejor manera, la realidad fue que se vio ante una terrible tesitura que le obligaría a la renuncia del cargo tras 51 días de mandato. Ni siquiera llegaría a dos meses, tras coger el poder el 18 de julio (¡lagarto lagarto!), abandonándolo el 7 de septiembre de 1873. Tenía 35 años. Había sido un magnífico abogado, un reconocido catedrático de Filosofía en la Universidad Central de Madrid, pero tampoco era el político que la República necesitaba en ese momento. Y es que cuando hubo que aprobar la restitución de la pena de muerte para intentar poner orden en las insubordinaciones y revueltas internas dentro del Ejército, el debate acabaría con la aprobación de nuevo por cuatro votos. Salmerón lo tenía claro: «Reconozco la necesidad pero yo no quiero ser el ejecutor de ella porque durante toda mi vida me he opuesto a la existencia de esa pena en el Código». Su posterior decisión de abandonar el poder ante la tesitura de tener que refrendar con su firma una sentencia sobre la que él no creía, para unos fue una acción propia de un cobarde. De un nuevo Poncio Pilatos, como le llamaría el siempre incisivo y mordaz Conde de Romanones.

Emilio Castelar

Emilio Castelar.
Emilio Castelar.

El monstruo de la política. Un gaditano oriundo de Alicante, que tuvo en Elda su auténtica patria chica, y que ha llegado a nuestros días como epítome del orador más enardecido y florido que nuestras Cortes hayan dado nunca. Castelar llegaría con unos enérgicos 40 años cumplidos a ocupar la primera cartera del Ministerio de Estado (lo que vendría a ser el actual de Exteriores) con el gobierno de Figueras, de la nueva República. Pese al poco tiempo en el cargo como consecuencia de la caída del Presidente, lograría hitos como la abolición de la esclavitud en Puerto Rico. Cuando le tocó el turno para dar el paso y tomar la riendas del poder, lo tomó sin escrúpulo o vergüenza alguna. Emilio Castelar era un republicano sin ambages. El republicanismo que podemos encontrar en el pensador político que también fue don Emilio, estaba centrado en finalizar lo que no dejaba de ser la Revolución Española, cuya idea estaba encaminada en agrupar «a todos los liberales en torno a una República común». De este modo se iba a permitir el progreso con orden con algo que debía de ser tan elemental como la alternancia entre los partidos leales con el régimen republicano y entre sí, asegurando, de este modo, la libertad. ¡Pues no hubo forma! La figura de Castelar acabaría volviéndose incómoda. Y una conspiración contra él iba a aparecer que, cuando poco, resulta sorprendente. ¡Pues los conspiradores iban a ser los tres anteriores presidentes del Ejecutivo! Y tras una moción de confianza a la que se vio sometido, la cosa acabaría con la Guardia Civil entrado por orden del general Pavía, y cerrando las Cortes. Castelar iba a dar mucha guerra todavía en la vida política española durante el periodo de la Restauración, consagrándose definitivamente como el famosísimo gran orador, al margen de algún pequeño soterrado escándalo como cuando su enamoramiento con el jovencísimo José Lázaro Galdiano le llevaría a prevaricar con dinero público para contentar a su amante, y que le hará ganar el despectivo mote por parte de los conservadores de «Doña Inés de Tenorio».

Francisco Serrano

Francisco Serrano.
Francisco Serrano.

¡El quinto y olvidado presidente del Ejecutivo de la Primera República! El «General Bonito» que le decía la reina Isabel II cuando tenía 38 años el militar y la reina era una jovencita de 18 años. El oficial de caballería del que jamás imaginaría su padre, diputado en las Cortes de Cádiz doceañistas, militar también pero liberal, que acabaría ostentando y detentado el mayor poder posible en España. En 1869 ostentándolo como Regente del Reino de España. En 1874 detentándolo como Presidente del Poder Ejecutivo de la República Española. Algo esquizoide, pero así fue. A Serrano se le podía definir como el hombre para todas las estaciones, una expresión que quería reflejar al hombre de conciencia que se mantiene fiel a sus principios, sea la circunstancia en la que se encuentre. Pero lo más parecido con el militar español es que desde luego siempre se mantuvo fiel a unos principios: los que comenzaban y terminaban en él mismo. Serrano lo fue todo. Lo sería todo. ¡Menos rey coronado! Por serlo, fue hasta un golpista. Con esa idea de estar sobrevigilando la recién nacida República, tras el fracaso del primer gobierno de Figueras y el temor al resultado de las Constituyentes, el general Serrano en connivencia con otros civiles y militares, estuvo detrás del fallido golpe de Estado del 23 de abril de 1873. Tras el golpe de Pavía en enero de 1874, y la negativa de Castelar de seguir al frente del Ejecutivo, se le ofreció el puesto a Serrano que no tuvo reparos en ser la cabeza de una república sin parlamento. Una dictadura republicana de corte unitario, ya que la broma del federalismo estaba claro que había salido regulinchi. Acabaría con el cantonalismo manu militari, y estando en pleno fregado contra el Carlismo le pilló la noticia llegada de Sagunto de la proclamación por parte de Martínez Campos de Alfonso XII como nuevo rey. Y ahí se acabó su mandato y la aventura republicana en España. Al menos… por el momento. Pero esa es otra historia.

Portada de "Eso no estaba en mi libro de historia de la Primera República", por Javier Santamarta, Almuzara, 2023.
Portada de «Eso no estaba en mi libro de historia de la Primera República», por Javier Santamarta del Pozo, Almuzara, 2023.

Javier Santamarta del Pozo es autor del libro Eso no estaba en mi libro de historia de la I República (Editorial Almuzara)

 

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