A veces en la historia la velocidad del cambio sufrido por pueblos, culturas e incluso por naciones enteras adquirió proporciones vertiginosas. Ese fue el caso de la Macedonia de mediados del siglo IV a.C., cuando Filipo II accedió al trono como regente en 360 a.C. y como rey indiscutido un par de años después y convirtió su pequeño reino en la cabeza del mundo griego. La rápida solución de los problemas fronterizos con vecinos belicosos mediante el uso tanto de la diplomacia como de la fuerza trajeron consigo un reino cada vez más fuerte, tanto dentro de sus fronteras como en su progresiva expansión en todos los frentes, todo ello en un lapso de apenas 24 años.

Incluso la visión de un imperio estaba claramente forjada en la mente de Filipo: la creación de la Liga de Corinto, primero, y el control de los asuntos griegos, después, le llevaron a preparar el salto a Asia “para vengar la afrenta de la invasión persa del siglo anterior” y, de paso, ampliar los dominios de Macedonia. Su muerte en 336 a.C. truncó la biografía del que el ateniense Isócrates consideraba como el más brillante general que había nacido en Europa (véase el Dossier “Filipo, el león de Macedonia”, La Aventura de la Historia, núm. 212).

Este contenido no está disponible para ti. Puedes registrarte o ampliar tu suscripción para verlo. Si ya eres usuario puedes acceder introduciendo tu usuario y contraseña a continuación:

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí