El escritor Fernando Marías solía recordar que, en 1975, uno de los alicientes que encontró para trasladarse a estudiar cine a Madrid, desde su Bilbao natal, fue que en la capital había chicas que sabían de Pier Paolo Pasolini. Ese mismo año, tras ser brutalmente asesinado en la playa de Ostia el 2 de noviembre, Pasolini ingresó en el panteón de la cultura italiana del siglo XX. Proyectar su sombra sobre toda Europa, como acostumbra a hacerse con todos los grandes del Viejo Continente, en su caso parece menos pertinente que en otros.

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