Puede resultar paradigmático que una joven de familia burguesa, formada en la elitista Waltham Public Schools de Boston, acabara convirtiéndose en corresponsal de guerra. Sin embargo, y a pesar de vivir en un mundo de hombres, Virginia Cowles (1910-1983) supo cómo enfrentarse a los clichés contra las mujeres abriéndose paso para narrar los avatares bélicos que, a finales de la década de 1930, golpearon a España, Polonia, Finlandia o Francia. Y fue precisamente en nuestro país el primer lugar donde su curiosidad, su espíritu aventurero y su fuerte personalidad le permitieron comprobar en primera persona los horrores de la guerra: “Una bomba se había llevado la fachada, así que ofrecía un excelente punto de observación para ver la batalla. Me sorprendió lo banal que resultaba la guerra vista desde lejos (…) Sobre el telón de fondo de la naturaleza, la lucha del hombre se volvía tan diminuta que casi resultaba absurda”.
Cowles tenía muy poca experiencia como reportera cuando llegó a Madrid, con 26 años, en marzo de 1937, apenas unos días después de que el ejército republicano ganara la Batalla de Guadalajara. Anteriormente había hecho algunos trabajos de freelance para publicaciones como Hearst, e incluso llegó a entrevistar al mismísimo Benito Mussolini con motivo de la invasión italiana de Abisinia (1935). Pero el líder fascista apenas la dejó intervenir y sólo intentó adoctrinarla con sus ideas sin permitir que le hiciera preguntas de interés, por lo que la experiencia resultó poco productiva para la periodista estadounidense. Sin embargo, cuando le llegó la oportunidad de cubrir la Guerra Civil española, desde sus primeros instantes en Madrid empezó a darse cuenta de que aquello representaba mucho más que un mero enfrentamiento armado, y comprendió en primera persona algo que aparentemente resultaba muy obvio: “Al español medio le preocupaba más la lucha por el pan de cada día que el fuego de artillería”. La población civil era la gran damnificada de la contienda.
La joven reportera se alojó en el Hotel Florida, situado en la plaza del Callao, dónde compartió anécdotas y vivencias junto al gran número de corresponsales que allí se había instalado, como los británicos Sefton Delmer o Geoffrey Cox y sus compatriotas John Dos Passos, Ernest Hemingway o Martha Gellhorn, entre otros. Formaron un nutrido grupo que solía reunirse con otros personajes variopintos de extranjeros en la habitación de Hemingway y en la suite de Delmer. La mayoría de ellos no escondía su simpatía o militancia por uno de los dos bandos. Una lógica intrínseca al ser humano que se tornaba en problema de índole informativo. El New York Times, por ejemplo, lo resolvió enviando a un corresponsal a la zona republicana y a otro a territorio rebelde.
Es por este motivo que los testimonios aportados por Cowles sobre el conflicto adquieren un valor único, ya que consiguió informar desde esos dos frentes antagónicos, plasmando dos puntos de vista: lo que se palpaba y se observaba en la España republicana y lo que ella percibió en el territorio ocupado por Franco, una tarea prácticamente imposible de conseguir sin ser sospechoso de espiar para el enemigo.
Tampoco debió ser nada sencillo obtener de un oficial franquista el reconocimiento de la autoría del bombardeo de Guernica -efectuado por la Legión Cóndor alemana y la Aviación Legionaria italiana-, pero lo que Hitler y Franco negaban con energía, Cowles logró sonsacárselo a un alto mando del bando sublevado: “Pues claro que fue bombardeada. La bombardeamos y bombardeamos y bombardeamos y, bueno, ¿por qué no?”
Seguramente, la suma de todos estos elementos provocó que, al final de la contienda, la reportera estadounidense ya no ocultara su apoyo a la República; aunque también es cierto que estaba convencida de que aquella guerra, fuera cual fuera el resultado, no desembocaría en democracia.
Adrenalina bélica
Lo vivido en nuestro país por Cowles en primera persona fue traducido del inglés al español por Tusquets en el año 2011 en el volumen Desde las trincheras. La editorial ha decidido ampliar ahora estas memorias noveladas con su aventura posterior por los campos de batalla de la II Guerra Mundial. Decidida a Complicarse la vida sin excepción, a lo largo de casi 600 páginas Virginia acerca al lector a un período clave y tenebroso de nuestra historia reciente como si se tratara de una novela, con un estilo ameno e ingenioso pero no por ello exento de datos reales y contrastados.
Optimizando al máximo sus contactos, logrando salvoconductos y permisos imposibles o volando desde peligrosos aeródromos, Cowles relata en esta obra, entre otros muchos momentos, cómo consiguió escuchar en directo las arengas de Hitler en Núremberg y tomar té con él y su equipo más próximo después; cómo había que combatir el frío y contemplar a la vez con estupor la sangrienta y gélida pelea entre soviéticos y finlandeses en territorio de estos últimos; o lo mucho que le costó reconocer a la París invadida por los nazis mientras se convertía en testigo de excepción de la capitulación de la capital gala y del monumental éxodo de sus ciudadanos.
Escuela de reporteras
Los valiosos testimonios de Virginia Cowles se sumaron en su tiempo a los de un grupo de mujeres, nada desdeñable, que entregó su vida profesional a las trincheras y al campo de batalla. En nuestro país, la gallega Sofía Casanova (1851-1968) abrió camino enviando crónicas desde el frente de la Gran Guerra, entrevistando a Trotski o narrando los sucesos de la Revolución rusa y el movimiento sufragista. También destacó la almeriense Carmen de Burgos (1867-1932), popularmente conocida como “Colombine”, que se marchó en 1909 a cubrir la guerra de Melilla para las páginas del Heraldo de Madrid.
Lejos de nuestras fronteras, Nellie Bly (1864-1922), pseudónimo de Elizabeth Jane Cochran, fue una adelantada al periodismo de investigación que enviaba sus textos desde el frente del este. Por otro lado, la británica Clare Hollingworth (1911-2017), fallecida el año pasado en Hong Kong, fue la primera en dar la exclusiva de la invasión alemana de Polonia que provocó el estallido de la II Guerra Mundial. “La dama de los corresponsales de guerra británicos”, como la apodaban sus compañeros de profesión, cubrió la guerra de Argelia, la de Vietnam y distintos conflictos en Oriente Próximo.
Tampoco se puede olvidar la tarea de otras pioneras de la narración bélica como Margaret Fuller, Cora Taylor o Gerda Taro, que tristemente fue la primera fotoperiodista que murió en combate, apenas unos meses después de que Cowles llegara a España. Marguerite Higgins se convirtió en la primera mujer en ganar el Pulitzer en la categoría de Periodismo Internacional por sus crónicas de la guerra de Corea; Thérèse Bonney se dedicó a contar la realidad de la II Guerra Mundial a través de su cámara; un gran trabajo que Dickey Chapelle también le regaló al mundo con sus impactantes instantáneas de heridos en Iwo Jima.
De la cobertura que hizo del inicio de la II Guerra Mundial se aprecia en sus escritos la frustración que sentía al no ver intervenir (todavía) a Estados Unidos, su patria, junto a los aliados, lo que la llevó a identificarse con la percepción de resistencia y espíritu de victoria asumido por los británicos bajo la batuta de Winston Churchill, a quien admiraba, conocía personalmente y le dedicó incluso posteriormente una biografía.
Tras su periplo de reporterismo bélico, Cowles consolidó su carrera periodística y recibió diversas e importantes distinciones por su trabajo. Publicó diversos ensayos biográficos sobre familias poderosas como los Rothschild, los Astor o los Romanov, así como una pieza teatral (Love goes to Press) con su compañera y amiga Martha Gellhorn. Falleció en 1983 de camino a Burdeos en un accidente de coche cuando regresaba con su marido de pasar unas vacaciones en España.
Víctor Úcar
Complicarse la vida. Una reportera en zona de conflicto (1937-1941)
Virginia Cowles
Traductor: Jordi Beltrán Ferrer
Barcelona, Tusquets, 2018
576 págs., 24 €