Resguardada por la pendiente septentrional de la colina Capitolina y debajo de la iglesia de San Giuseppe dei Falegnami, se encuentra la estructura denominada Carcer-Tullianum, o Mamertino, uno de los complejos monumentales más relevantes y misteriosos que podemos admirar en la gran la capital del mundo antiguo. Su ubicación –en pleno corazón político de la urbe en época imperial– está directamente relacionada con el sistema constructivo-defensivo del Campidoglio –sede del actual Ayuntamiento de Roma–, que data, con toda probabilidad, de época arcaica.
Insertada en los muros de protección, pudo haber sido la primera prisión de máxima seguridad destinada a los condenados y jefes de Estado extranjeros que osaron tutear al Imperio romano, desde Vercingetórix, rey de la Galia, hasta algunos secuaces de Cleopatra o el mismísimo san Pedro, padre del cristianismo y refractario a las divinidades protectoras del pueblo romano.
La estructura principal del recinto está formada por dos espacios construidos durante los reinados de Anco Marcio (675-616 a.C.) y Servio Tullio (579-539 a.C.)
Según fuentes literarias latinas y griegas, el armazón de este recinto estaría compuesto fundamentalmente por dos espacios: el Carcer, construido bajo el reinado de Anco Marcio (675-616 a.C.), y el Tullianum, edificado en época de Servio Tullio (579-539 a.C.). Ambos, ya en época republicana (siglos III-II a.C), se fusionaron en un único complejo. “El primero pertenecía al conjunto de construcciones que defendían el Campidoglio, y su estructura se mantuvo hasta el inicio de la época imperial. Por su parte, el Tullianum, pese a estar debajo, es más reciente. Por su estructura circular, al principio pensamos que se trataba de una cisterna, porque había una corriente de agua que brotaba del muro adosado a la ladera –la leyenda cuenta que fue san Pedro quien obró el milagro para bautizar fieles que estaban en prisión–”, explica Patrizia Fortini, la arqueóloga que estudia actualmente este lugar, que aún esconde más de lo que enseña. “Recientemente hemos encontrado un trozo de cerámica en el foro, y también algunos materiales votivos, que nos han ayudado a determinar que en su origen probablemente fue un lugar sagrado en las profundidades de Roma. Asimismo, el hallazgo de restos de frutos (limones e higos), huesos de animales y semillas de avellanas confirmaría la posibilidad de algún tipo de culto hacia una divinidad pagana”.

Evitar su condición de mártir
Un espacio cuyo pecado esconde al mismo tiempo su penitencia: “Siempre estuvo ocupado, y eso ha facilitado su buena conservación. El problema es que es imposible realizar excavaciones estratigráficas”. Motivo también por el que es difícil conocer la verdad en toda su extensión y enlazarla con la historia.
“Los arqueólogos debemos estar informados sobre la topología del lugar para comprender sus mutaciones. También su contexto en todas las esferas. Fuentes hagiográficas aseguran que san Pedro estuvo en prisión algunos días y luego escapó, y en el siglo I (con Nerón) solo existía esta, pero no puedo confirmar la teoría. Sabemos que él no estaba solo, y este doble espacio, cuando se unió, era demasiado pequeño para todos. Quizá estuvieron en un atrio, en un recinto abierto, más amplio… Los hemos encontrado cerca, pero no los hemos excavado aún”, asegura la doctora Fortini, quien incide en la idea de cárcel más metafórica que física, simbólica incluso por su ubicación: el emperador-general coronado en el Campidoglio y debajo, en las profundidades y más cercano al mundo de los muertos, el preso político –moría decapitado o estrangulado– o religioso, que fallecía normalmente de hambre para evitar su conversión a mártir. “Los presos estuvieron hasta Tiberio. Fue con Vespasiano cuando nació la idea del emperador-rey que debía ajusticiar al pueblo derrotado. Plinio fue quien comenzó a hablarnos de su existencia”, apunta Fortini.

Incendio de Roma
Los últimos estudios, de restauración y revalorización, llevados a cabo por la Superintendencia Especial para los Bienes Arqueológicos de Roma, en colaboración con el Ministerio de Bienes Culturales y Opera Romana de Peregrinación, revelan que el Carcer es el único monumento del Foro conservado casi íntegramente. Además, tras más de diecisiete años de excavaciones (1999-2016), acaban de salir a la luz tres sepulturas: el esqueleto de un hombre con las manos atadas a la espalda después de ser asesinado probablemente de un golpe en la cabeza, el de una mujer y el de un niño. Datados aproximadamente entre los siglos IX-VIII a.C., cuando, en teoría, aún no se había construido el Mamertino, porque justo en esos años aún se estaba fundando la ciudad (757 a.C.).
El importante trabajo para ir eliminando capas y teorías poco sostenibles no termina ahí. En el Tullianum, ya unificado con el vano superior, han aparecido frescos (siglo VIII d.C.) que representan a dios bajando del cielo para glorificar a los Santos Mártires, lo que indica el carácter sagrado que tuvo este lugar en la Edad Media, cambiando definitivamente de piel: de celda a territorio de culto. De hecho, en el siglo XI se transformó en la iglesia de los Santos Pedro y Pablo, que contiene importantes frescos de Cristo con los dos apóstoles y la Madonna de la Misericordia.

San Pablo también pudo haber estado allí encarcelado. “Pedro y Pablo fueron asesinados tras el incendio de Nerón en el año 64. Uno fue enterrado en el Vaticano; el otro, en la Vía Ostiense. No hay ninguna prueba arqueológica, más allá de escritos apócrifos y leyendas, que diga que ambos estuvieran en esta cárcel”, aclara Fabrizio Bisconti, profesor de arqueología cristiana en la Universidad Roma Tre. Tesis contrapuesta a la del miembro del clero diocesano monseñor Liberio Andreatta –autor del prólogo del libro publicado por Patrizia Fortini Carcer-Tullianum–, quien argumenta que este lugar siempre fue venerado por la comunidad cristiana porque san Pedro, al rechazar las divinidades del pueblo romano, fue considerado un enemigo y, por ende, estuvo encerrado allí.
El museo actual es el último de los estratos de un área situada justo enfrente del mayestático arco de Septimio Severo. La ocupación de esta zona se inició en la Edad de Hierro (IX a.C.), que pasó a ser un espacio sagrado y de reclusión en época romana y en lugar de culto en la Edad Media, renaciendo con la construcción de la iglesia de San Giuseppe dei Falegnami, para terminar, a finales del siglo XIX, con la construcción del santuario del Santissimo Crocifisso.
Presos españoles
Dos grandes paneles con forma de lápida presiden la entrada al complejo museístico: uno recoge los nombres de los principales presos paganos, políticos y jefes de Estado –con Vercingetórix y Simone di Giora, defensor de Jerusalén contra Tito, a la cabeza–; el otro, los nombres de los prisioneros cristianos que aparecen en los textos escritos, entre otros, por el principal historiador romano de la época, Amiano Marcelino, quien relató la imparable decadencia del Imperio durante el siglo IV.
Allí, además de san Pedro, aparecen grabados a fuego los nombres de san Pablo y del papa Sixto II. Recientemente, 25 presos españoles viajaron hasta Roma para participar con el papa en el Jubileo de los Reclusos. No perdieron la ocasión de visitar esta prisión para, quizá, estar cerca de los dos grandes mártires. No importa demasiado si estuvieron o no allí entre rejas. O si es cierto, como narró el propio Amiano, que san Pedro, con esa agua que brotaba milagrosamente de la roca, bautizó a Martiniano y Processo para convertirlos al cristianismo.
*Artículo publicado en La Aventura de la Historia, número 220.