Tras la liberación de Mauthausen (Austria), en mayo de 1945, el mundo tuvo noticia de las atrocidades cometidas por los nazis en el campo de concentración gracias a la iniciativa y la valentía de algunos deportados españoles, que arriesgaron sus vidas para sustraer del laboratorio fotográfico del complejo las imágenes que mostrarían la barbarie sufrida por los presos, esclavizados, torturados y asesinados por las SS.
Para ello, fue imprescindible la participación de unos jóvenes, todos españoles y menores de veinte años, bautizados como Poschacher, apellido del propietario de una cantera privada de las inmediaciones del pueblo, que lograron sacar de Mauthausen y poner a buen recaudo las fotografías conseguidas hábilmente por Francisco Boix, en colaboración con Antonio García.
Ambos trabajaban en el Erkennungsdienst, el laboratorio fotográfico destinado oficialmente a los retratos de identificación de los presos. Allí revelaban, guardaban y clasificaban negativos y clichés de fotos que los nazis tomaban del campo: retratos, escenas cotidianas del trabajo de los presos, experimentos médicos, ejecuciones y, muy especialmente, las visitas de altos cargos. Este preciado material sería aportado, tras la liberación, por el propio Boix en los juicios de Nuremberg y Dachau como prueba de la crueldad nazi.
En Mauthausen, Francisco Boix había sido un prominente, al igual que otros españoles que desempeñaban trabajos especiales. Consiguió un trato directo y habitual con algunos SS y, durante un tiempo, fue secretario del laboratorio. Pronto se dieron cuenta del valor histórico de las fotografías que pasaban por sus manos, la prueba que permitiría documentar en el futuro los crímenes cometidos en el campo de concentración desde el año 1940. Idearon la forma de sacarlas de él y, aunque en un principio fueron escondidas en diversos lugares por algunos presos, enseguida advirtieron el grave peligro de ser descubiertos. Por ello, Boix entró en contacto con un grupo de jóvenes que, desde 1942 y hasta finales de 1944, trabajaron fuera del campo: los Poschacher.
Fueron algunos integrantes de este comando, compuesto por unos cuarenta chicos de entre 13 y 19 años, los que llevaron a cabo la tarea. Jacinto Cortés y Jesús Grau sacaron las fotos fuera de los muros de Mauthausen y José Alcubierre convenció a la austriaca Anna Pointner –vecina del campo– para que las escondiera en su casa hasta la liberación. Otros Poschacher colaboraron manteniendo absoluto silencio en un mundo en el que la traición era recompensada por los nazis. Aquel mutismo y el apoyo de todos los compañeros fueron armas decisivas para la misión.
Francisco Boix, sobre cuya figura el viernes 26 de octubre se estrena la película El fotógrafo de Mauthausen (dirigida por Mar Targarona e interpretada por Mario Casas), había nacido en Barcelona, en 1920, en una familia modesta cuyo padre era un sastre de ideas izquierdistas, amante de la fotografía. Tenía 15 años cuando empezó la Guerra Civil. Ya era aprendiz de fotógrafo y había llegado a trabajar al lado de Gregorio López Raimundo y Teresa Pàmies en la revista Juliol, de las Juventudes Socialistas Unificadas de Catalunya, en las que militó. Desde entonces, su figura iría unida a una cámara.
Con talento innato para los idiomas –aprendió francés durante su exilio y, más tarde, alemán en un Stalag al caer prisionero de las tropas del Reich– fue conducido a Mauthausen con otros 1.500 republicanos españoles y llegó al campo el 27 de enero de 1941.
Consiguió trabajar en la tercera oficina del centro, el Erkennungsdienst, o servicio de identificación de los presos, donde se conservaban fotografías de altos mandos y actividades comprometedoras que tomaban los SS para su archivo. Junto con otro catalán destinado al laboratorio, Antonio García Alonso –llegaría después un tercer español, José Cereceda–, lograron esconder un verdadero tesoro: copias que ellos mismos hacían de las fotografías. En un primer momento, fueron sustraídas unas 200 fotos en papel y 800 negativos. Gracias a los Poschacher pudo esconderse el material.
Ante la inminente derrota alemana, recibió la orden de destruir los archivos y los negativos, algo que hizo sólo parcialmente, pues efectuó una exhaustiva selección, salvando material histórico. Durante la liberación, logró hacerse con una Leica y tomó numerosas fotos de aquel momento pletórico: sus compañeros liberados; la muerte de Franz Ziereis (comandante del campo); el derribo del águila nazi en la entrada al campo, o la recogida del material de casa de Anna Pointner, entre otras. Se convirtió así en el reportero de la liberación de Mauthausen.
Durante el Juicio de Nuremberg, Francisco Boix afirmó que su tarea en el laboratorio fotográfico, dirigido por el suboficial SS Paul Ricken, consistió en revelar las películas Leica de los fusilados. Mostró y documentó algunas de las fotos más significativas, que probaban que Kaltenbrunner había ido a Mauthausen y conocía la existencia de los campos, visitas de altos mandos como Himmler, detalles de la cantera de Wienergraben, cadáveres lanzados desde lo alto de la cantera, el trabajo en las vagonetas, el ahorcamiento público del fugado Bonarewitz, judíos y otros presos colgados, etcétera.
Tras la liberación de Mauthausen, se estableció en París. Su salud estaba quebrantada a consecuencia del campo y, tras largas estancias hospitalarias, murió en 1951. Fue enterrado en el cementerio de Thiais, al sur de París.
Montserrat Llor
* Extracto del artículo «El español que fotografió el horror nazi. La admirable hazaña de Francisco Boix, contada por sus compañeros supervivientes del campo de Mauthausen», La Aventura de la Historia, número 140. Solicite el ejemplar en suscripciones@artduomo.es, el 924562741 y La tienda de Historia y Arte.