Kaliningrado constituye un recuerdo desagradable de los tiempos de la Unión Soviética y la Guerra Fría, doloroso y difícil de eliminar. No bastaba que se libraran de la férula soviética los países fronterizos del enclave, Lituania y Polonia, para que desapareciera también y por completo el remanente militarista y opresivo de Stalin en las costas del Báltico, bastión levantado para conjurar el militarismo prusiano.
Kaliningrado se convirtió, desde su conquista por el Ejército Rojo, en 1945, hasta el comienzo de su desactivación y crisis, en 1991, en la avanzada estratégica de la Unión Soviética en el Báltico, una gigantesca base naval y militar con armas nucleares, submarinos y otros buques de guerra, cerrada absolutamente para personas y navíos occidentales y que, junto a Leningrado, en el Norte serviría para controlar y bloquear eventualmente el Mar Báltico de parte a parte.
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