La Revolución tenía grandes cabezas pensantes; Plejánov, Lenin o Trotski eran ideólogos además de políticos, intelectuales reconocidos en el marco internacional. Sin embargo, fue un oscuro revolucionario de la periferia del país apodado Stalin –cuya notoriedad le venía de asaltar bancos en el Cáucaso– quien daría su impronta al nuevo Estado socialista y quien durante treinta años sería el dictador absoluto de la Unión Soviética y caudillo sacralizado del comunismo mundial. Todavía hoy, según los sociólogos, Stalin es la segunda figura histórica más apreciada en Rusia, solo por detrás de un zar que además fue santo.
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