En 1929 se celebró en Sevilla la Exposición Iberoamericana, con la que la dictadura de Primo de Rivera pretendía exaltar la misión civilizadora que España había tenido en el mundo. La muestra giraba en torno al papel desarrollado por nuestro país en el descubrimiento y civilización de América, pero también hubo dos pabellones en los que se celebraba la más reciente presencia colonial en el norte de África y en el golfo de Guinea. En el pabellón guineano se construyeron media docena de chozas en las que vivían y se exhibían “indígenas” descalzos y semidesnudos que bailaban sus “exóticas danzas” a determinadas horas. Otro pabellón -donde se reproducía una callejuela de una medina rifeña– elogiaba la presencia española en la zona del Protectorado de Marruecos. Mientras que el guineano se derribó tras la muestra, en el segundo se instaló un Museo Permanente de Arte Marroquí. Para Maria Malkowska, coautora de El otro colonialismo. España y África, entre imaginación e historia, tanto el destino final de ambos pabellones como el tratamiento dado a las dos colonias en la exposición ponen en evidencia la relación especial que el imaginario de la España contemporánea mantuvo con el norte de África, especialmente con el vecino Marruecos, particularmente desde principios del siglo XIX. Una relación de condescendencia y superioridad, pero también de énfasis en la “fraternidad” entre dos culturas que compartían un pasado común, el de al-Ándalus, y una proximidad geográfica que atizaba, y aún lo hace, la sensación de continuidad territorial.

Sobre esa tensión entre el respeto y la condescendencia hacia el mundo árabe norteafricano se enfoca la obra citada, una recopilación de veinte artículos, producto del XIX Congreso de la Asociación Alemana de Hispanistas que se celebró en Münster en 2013 y que ha compilado Ediciones de Iberoamericana bajo la dirección de Christian von Tschilschke y Jan-Henrik Witthaus.

El volumen se ordena cronológicamente y comienza con un texto sobre el viaje de Domingo Badía, Ali Bey el-Abbasí, a Marruecos a principios del siglo XIX con una ambición influida por el colonialismo y bajo la protección de Manuel Godoy. Badía puede ser considerado el primer africanista español contemporáneo, el primero también en travestirse para asumir la identidad del otro y, de esa guisa, tratar de influir para “modernizar” el mundo musulmán, además de recorrerlo con éxito, convertirse en el primer occidental que llegaba a la ciudad santa de La Meca, y describirla con exactitud antes que el inglés Richard F. Burton. De su peripecia en Marruecos se ocupa Helmut C. Jacobs, mientras que Jesús Torrecilla estudia en otro artículo el rescate ideológico de al-Andalus en el XIX a cargo de Blanco White y la apropiación que hicieron los liberales exiliados de los moriscos, con cuyo trágico destino se compararon, pues al igual que aquellos fueron expulsados por la intolerancia de la corona y la iglesia en tiempos de Felipe III, los exiliados liberales habían tenido que abandonar su patria por la intolerancia de Fernando VII y la iglesia absolutista. Idea que el autor desarrolla más extensamente en su libro España al revés. Los mitos del pensamiento progresista (1790-1840), Marcial Pons, 2016.

Domingo Badía, convertido en Alí Bey el-Abbasí.

La ambigua relación de España con su pasado musulmán y su interés por el colonialismo en el XIX se refleja a la perfección en la literatura generada por la guerra de África de 1860, en cuya percepción en la Península influyeron mucho las crónicas del periodista y soldado Pedro Antonio de Alarcón. Su Diario de un testigo de la guerra de África, que analiza Fabián Sevilla, influyó decisivamente en la imagen colectiva que tendrían los españoles de un conflicto del que también envió crónicas Gaspar Núñez de Arce, en quien el volumen, sin embargo, no se detiene. Sí lo hace en la importancia que tuvo la guerra para el desarrollo de la identidad catalana. No hay que olvidar el papel decisivo que desempeñaron en la campaña los voluntarios catalanes y el general Juan Prim, que estaba a su frente, cuya “heroicidad” retrató Mariano Fortuny en su óleo La batalla de Tetuán.

La creación del Protectorado español en el norte de Marruecos en 1912 traería nuevos enfrentamientos que generaron más literatura sobre esta relación impregnada de colonialismo entre España y el Magreb. Destacan dos novelas, El blocao (1928), de José Díaz Fernández, e Imán, de Ramón Sender. En la primera, el autor expone el absurdo que suponía para el soldado español estar fuera del tiempo, encerrado en un puesto avanzado de vigía, aislado durante meses, “en una existencia liminal en el umbral entre la vida y la muerte”, como destaca Stephanie Fleischmann en su trabajo.

En Imán, publicado en 1930, Sender se adentra en la crisis individual del soldado raso en una guerra que no entiende y en la crisis de una nación en busca de autodefinición, que se enreda en el laberinto marroquí en pos de un espacio de prestigio en la comunidad internacional.

Si los dos casos anteriores son textos críticos con la intervención militar española en el Rif, el conflicto generó también una literatura patriótica, de la que es buen ejemplo La pared de la tela de araña (1924), de Tomás Borrás, muestra de colonialismo en estado puro que a juicio de Mechthild Alkbert “se inscribe en la emergencia del fascismo hispánico», construye una imagen del moro como “alteridad esencial de la cultura hispánica” y alaba el trabajo “civilizador” de los españoles en la zona, denunciando la contraposición entre la indolencia de los rifeños, sumidos en el consumo aletargante de kif, y el dinamismo de los españoles, prestos a modernizar Marruecos.

Otros escritores, como Max Aub, conocieron una imagen bien distinta del Magreb, la del exilio e internamiento en campos de refugiados durante y después de la Guerra Civil. De esa experiencia resulta el Diario de Djelfa, de Aub, un escritor nacido en París en 1903 de padre alemán y madre francesa, ambos judíos, y nacionalizado español tras la IGM. Un asunto, el del exilio republicano en la Argelia francesa, muy mal estudiado todavía porque, a juicio de Claudia Nickel, la documentación se halla muy dispersa en distintos archivos de Francia y España y porque los afectados fueron relativamente pocos, entre 10.000 y 12.000 personas.

Imperio Argentina, en «La Canción de Aixa» (1939).

Los vencedores de la guerra tuvieron también una mirada cinematográfica sobre Marruecos. Son ejemplo de ello el Romancero marroquí (1939) y La canción de Aixa (1939). Ambas películas fueron estrenadas en la Alemania nazi. El Romancero marroquí, coproducción germano-española, es un filme etnográfico y una alabanza del colonialismo que discurre por distintos escenarios del Protectorado español y su filmación había sido impulsada por el coronel Juan Beigbeder Atienza.  En el film se menciona asimismo el paso del Estrecho por las tropas de Franco, que se efectuó gracias a la “empresa heroica” de la aviación alemana, como subraya la voz en off, recuerda Volker Jaeckel. La canción de Aixa, protagonizada por Imperio Argentina, es una loa a la coexistencia entre marroquíes y españoles en la colonia con finalidad propagandística y que se estrenó antes en los cines del Protectorado que en la propia metrópoli.

Alabanza a la labor del colonialismo español en África fueron asimismo los documentales de la productora Hermic, que a principios de la década de 1940 recibió el encargo de realizar trabajos sobre la vida en Guinea Ecuatorial. Poco difundidos, los pequeños filmes han sido estudiados por Pere Ortín y Vic Pereiró en su magnífico trabajo Mbini: cazadores de imágenes en la Guinea colonial (2006).

El otro colonialismo… amplía su radio de estudio a los libros de Lorenzo Silva y el cine español sobre el fenómeno de la migración en pateras con destino a España, una devolución de la visita varias generaciones después que, desde una mirada buenista, resucita algunos de los viejos tópicos orientalistas de que iban pertrechados los primeros viajeros españoles en el norte africano.

Traza así la obra un arco cronológico de los dos siglos en los que se construye un imaginario sobre el mundo norteafricano que se adapta y modula en función de las distintas circunstancias, pero que muestra un hilo conductor común a través de la tensión amor-odio entre el viejo enemigo de la Reconquista, la fascinación por su legado monumental en España (Córdoba, Granaba, Sevilla…), por un lado, y la visión paternalista en la que proyectar fantasías regeneradoras y, de paso, de poder, por otro.

El conjunto de ensayos que reúne el libro es bastante completo en su especialidad y resultará un excelente material de consulta para el interesado en el colonialismo y su imaginario. Tiene, además, la virtud de arrojar luz sobre el trabajo de una generación de hispanistas alemanes, menos conocidos en nuestro país que los anglosajones o franceses.

Arturo Arnalte

El otro colonialismo. España y África, entre imaginación e historia

Christian von Tschilschke y Jan-Henrik Witthaus (eds.)

Madrid, Iberoamericana, 2017

458 págs., 36 euros

3 COMENTARIOS

  1. Desde el primer número estoy suscripto a esta magnífica revista, la página web me parece formidable y estoy aprendiendo a sacarle máximo provecho pues me resulta muy interesante.

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