Una de las circunstancias que caracterizan a la Baja Edad Media es la alusión continua de los cronistas a los malos años en términos climáticos, que se traduce en la pérdida de cosechas, la escasez de pastos y, por ende, la falta de ganado destinado a la alimentación, derivando en situaciones de hambre. La constante que se repitió en las dos últimas centurias medievales de forma circular, fue el exceso o la falta de lluvias y el frío intenso.
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