La imagen de Mijaíl Bakunin que eligió la posteridad, de la escasa media docena que se conserva, es el retrato tomado por Nadar en los primeros años sesenta del siglo XIX que suele acompañar las noticias biográficas del revolucionario ruso y las distintas ediciones de Dios y el Estado (1871), su obra más conocida. La foto hace y no hace justicia a Bakunin.
Es justa porque nos deja entrever a ese hombre con trazas de gigante del que hablaban quienes le conocieron. Pero no lo es porque en su pose –se apoya en una columna del estudio– creemos atisbar que el gigante está cansado. Basta con escrutar la mirada que Bakunin dedicó a la cámara de Nadar para descubrir que cuando fue tomado el célebre daguerrotipo aún le quedaba cuerda para atemorizar a los burgueses de media Europa y dar que hacer a la policía del continente entero.
Este contenido no está disponible para ti. Puedes registrarte o ampliar tu suscripción para verlo. Si ya eres usuario puedes acceder introduciendo tu usuario y contraseña a continuación: