Corría el verano de 1918 cuando Néstor Majnó regresó de Moscú a Guliaipolé, una localidad en el oblast de Zaporiyia, al sudeste de Ucrania. Majnó era el presidente del sóviet local, que tanto él como sus integrantes preferían llamar el Consejo de Insurgentes. Todos ellos eran anarquistas y, por primera vez en la historia de la humanidad, conseguirían que el anarquismo dejase de ser utópico.
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