Ricardo Baeza viajó a la Unión Soviética junto a Julio Álvarez del Vayo en 1922, integrado en la misión Nansen dedicada a la distribución de alimentos por las regiones más devastadas por la guerra y la hambruna. Tanto Baeza como Del Vayo se dedicaron, durante los meses previos a su viaje, a convencer al público del periódico El Sol de que en ningún momento sus donaciones irían a parar a las arcas del Estado soviético, y de que los bolcheviques no se beneficiarían de esa ayuda humanitaria. Por ejemplo, Baeza entrevistaba a Fridtjof Nansen el 17 de noviembre, en Londres, para que su desinterés político quedara totalmente fuera de duda.
Nansen, a través de Baeza, denunciaba las dificultades con que se tropezaba para recaudar cinco millones de libras, “la mitad de lo que cuesta un superdreadnought”. En cambio, Inglaterra desembolsó más de cien millones de libras “en auxiliar las tentativas contrarrevolucionarias de Denikin y Koltchak”. El donativo, por tanto, constituiría “una pequeña indemnización de daños y perjuicios”, ya que era el pueblo, y no los dirigentes, quienes perecían de hambre en Ucrania y el Volga.
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