Cuando hoy miramos un mapa del extremo oriental del continente africano, hay una cosa que salta a los ojos de inmediato: Egipto es una estrecha franja de verde flanqueada por desiertos. A la izquierda, el desierto líbico, que supone el límite del Sáhara; a la derecha, el montañoso territorio del desierto oriental; abajo, el arenoso territorio nubio, que alcanzaba hasta el África negra, y, al noreste, el desolado camino costero que pasaba por encina de la península del Sinaí. Hace décadas, en los manuales de historia se podía leer que este aislamiento era una de las características principales del país del Nilo. Sin embargo, los estudios paleoclimáticos han demostrado que, hasta finales del Reino Antiguo, lo que ahora son desiertos fueron sabanas.
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