Desde la caída del Imperio romano, la vida urbana se mantuvo en la península italiana con mayor prosperidad que en el resto de Europa, cristalizando desde el siglo X en numerosas comunas autónomas, sobre todo en el norte y en el centro, bien marítimas, como Pisa, Amalfi, Génova o Venecia, o en el interior, como Milán o Florencia.
Mientras, en la parte meridional, fueron los normandos, aliados del papa, los que acabaron con la hegemonía bizantina y con la dominación árabe en Sicilia a finales del siglo XI, siendo Roger II (1105-1154), hijo del primer conde de la isla, el que estableció el marco territorial del “reino de Sicilia”, al aglutinar bajo su cetro la isla de Sicilia, Calabria y Apulia. Más tarde conquistó Amalfi, Nápoles y Gaeta y convirtió a Palermo en capital.
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