A finales de 1813, Napoleón atravesaba una situación muy difícil. La sexta coalición aliada formada contra el Imperio había obtenido importantes victorias sobre los ejércitos franceses, primero en Rusia y, más tarde, en España y Alemania. Tras la Batalla de Leipzig, también conocida como Batalla de las Naciones, cada vez era más evidente que el combate final iba a tener lugar sobre suelo francés. Al sur del Imperio, las fuerzas de Wellington amenazaban ya con superar la frontera y, en colaboración con los españoles, adentrarse en Francia. Napoleón se resistió a utilizar a Fernando VII para liquidar su presencia en España y erosionar esta colaboración que amenazaba el mediodía francés, pero la situación no le ofrecía demasiadas posibilidades.
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