Las películas documentales habituales sobre Adolf Hitler suelen mostrarnos a un energúmeno que despotrica con chillidos roncos y disonantes ante multitudes disciplinadas de alemanes que le escuchan y aplauden con una adoración casi sexual. Sus gritos y estudiados gestos, imitados por los líderes de otros movimientos fanáticos, suscitarían hoy hasta risa si no fuera porque es de universal conocimiento el horror de sus consecuencias. Todo lo que se lee sobre él, parece probar que Hitler era incapaz de discutir. A aquellos que se atrevían a disentir de su punto de vista, incluidos los generales alemanes más distinguidos, les acababa amenazando y atemorizando con un torrente de palabras y gritos que concluían con un rotundo “Fuhrerbefehl!” (¡Orden del jefe!). Así las cosas, no parece que Hitler hubiera sido una persona capaz de sentarse a leer un libro, comparando con tranquilidad las opiniones del autor con las suyas.
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Muy interesante conocer otra faceta de la vida de Hitler..del q se habla mucho pero se dice poco