Agosto de 1974. Franco sufre una tromboflebitis en su pierna derecha que le mantiene alejado de la Jefatura del Estado, ocupada interinamente por un Juan Carlos al que pocos quieren y del que muchos desconfían. Sabe el joven príncipe que la dictadura es una nave a la deriva, acosada por una movilización social creciente, por un entorno internacional que no le es propicio, por un cambio generacional galopante y por “el inevitable hecho biológico”, la muerte del dictador, cuya sombra se cierne con más prisa que pausa sobre unas instituciones afectadas de un profundo personalismo.
Pero la vida, como decía Borges, es un jardín de senderos que se bifurcan y, aunque el príncipe y sus más íntimos consejeros quieren para España una monarquía parlamentaria, homologable al Occidente europeo, el proyecto es muy complicado, pues cuenta con notables resistencias tanto dentro como fuera del régimen.

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