Para los militares sublevados en julio de 1936, el control de la prensa y los periodistas era fundamental de cara a instruir a los españoles en unos valores y unos dogmas que garantizasen su adhesión al régimen que querían construir. La censura y la incautación de periódicos y radios les permitió, desde el primer momento, poder lanzar sus proclamas y comunicados y fijar una serie de consignas.

Esas directrices, que ampliaban las de los primeros bandos de guerra y las órdenes posteriores de los cuarteles generales, sentaron las bases de un modelo –no codificado hasta abril de 1938– que durante casi cuatro décadas concibió a la prensa como una mera correa de transmisión de las prerrogativas del Nuevo Estado. Y para esa tarea, Franco pensó en su viejo amigo José Millán Astray.

Franco y Millán Astray abrazados mientras entonan cánticos legionarios en 1926. Arriba, en la imagen de apertura, el fundador de la Legión lanzando un discurso en julio de 1938 en Valladolid.

Como señala el historiador Luis Castro en «Yo daré las consignas». La prensa y la propaganda en el primer franquismo, a pesar de la recurrente mitificación o banalización que suele hacerse del personaje, el fundador de la Legión no era muy distinto a otros militares africanistas de la época. Ni sus formas, ni sus discursos, ni su retórica deben desviar la atención de los motivos por los que pudo ser elegido, al inicio de la guerra, para dirigir los servicios de prensa y propaganda rebeldes.

Su visión de la labor periodística como complementaria a la de las armas y, por tanto, subordinada al mando político-militar, casaba bien con la naturaleza del régimen militarizado que se iba a edificar. A pesar de avanzar hacia un sistema centralizado y totalitario de prensa y propaganda, cuando Millán Astray dejó sus labores al frente de ese cometido –enero de 1937– contaba con pocos recursos a su alcance.

Millán Astray en la plaza de Salamanca en junio de 1939. BNE.

Esas deficiencias serían subsanadas más tarde con Ramón Serrano Suñer como ministro del Interior (luego Gobernación) y especialmente tras promulgarse la Ley de Prensa (1938), norma que estableció las líneas básicas para desarrollar un trabajo en el que la libertad de expresión pasaba a ser nula y que marcaría el devenir periodístico de España hasta la democracia.

De esta manera, a partir de una serie de órdenes firmadas por el «Glorioso Mutilado» que custodia el Archivo Histórico Provincial de Salamanca, complementadas con un minucioso trabajo de búsqueda y análisis de fuentes hemerográficas, el autor ha logrado reconstruir con acierto los primeros seis meses de gestión de la prensa y la propaganda por parte de los militares sublevados.

“Yo daré las consignas”. La prensa y la propaganda en el primer franquismo

Luis Castro

Madrid, Marcial Pons, 2020,

456 págs., 33,25€

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