El día 7 de diciembre de 1936, Miguel de Unamuno escribió dos cartas desde su casa en Salamanca. Una a su amigo el escultor Quintín de Torre, residente en Espinosa de los Monteros, en términos tan duros respecto a los “nacionales” que inquietaron al receptor. La otra, enviada a París y que posiblemente sea la más trascendental en la vida de Unamuno, fue dirigida a quien pocos años después se consagraría como uno de los más importantes escritores universales: Henry Miller. En este caso, la carta jamás llegó a su destino. El Servicio de Información Militar (SIM) la requisó e impidió su salida fuera del territorio nacional. La cosa no quedó ahí. El jefe del SIM, coronel Salvador Múgica, estudió meticulosamente la misiva y redactó un informe que envió al “general Jefe de los ejércitos de operaciones”, Francisco Franco, también generalísimo y “jefe del estado”.
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