A las 9 de la mañana del 20 de noviembre de 1945, el gran salón en forma de T del Palacio de Justicia de Núremberg, conocido como Sala 600, estaba abarrotado de funcionarios de las cuatro fiscalías que ejercerían la acusación, letrados de la defensa, intérpretes, militares, testigos, fotógrafos y periodistas, que, junto a jueces y abogados, era la profesión más y mejor representada. Estaban acreditados 150, entre ellos el novelista John Dos Pasos –Manhattan Transfer–, dos ingleses que pronto se contarían entre los más documentados especialistas en Hitler, A. H. Trevor Roper y Alan Bullock, y un español, Carlos Sentís, corresponsal de La Vanguardia de Barcelona. En total, más de quinientas personas.
Poco antes de las 10:00, fueron entrando, por una puerta lateral los acusados, que se situaron en dos filas. En el primer asiento de la más baja, se acomodó el mariscal Hermann Goering, vestido con una de sus vistosas guerreras y con pantalón y botas de montar. Permaneció allí, con la boca contraída y gesto grave, quizás recordando cómo se había desencadenado la tragedia: el 3 de septiembre de 1939, cuando fue informado de que Gran Bretaña acababa de declararles la guerra, quedó anonadado y hundió su cabeza entre las manos, murmurando: “Si perdemos esta guerra, que Dios tenga piedad de nosotros”. Efectivamente, habían perdido la guerra y allí estaban, a merced del juicio de los vencedores.
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