Venecia es un nenúfar flotando entre el cielo y el agua. El cielo se mira en el espejo del agua. El agua devuelve el reflejo del cielo. En medio brota una isla sostenida por un bosque. Una ciudad ilusoria de raíces vegetales, pues el secreto de su construcción que tanto intrigaba a los viajeros estaba en sus cimientos de roble y alerce. La suma de pilares –más de un centenar de pequeñas islas–, reforzados con calizas y petrificada la madera por el salobre, iba formando las calles, las plazas y los puentes entre canales. Venecia es, pues, un archipiélago varado entre la Tierra Firme y el mar Mediterráneo.
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