La primera descripción que se conserva sobre la ciudad de Venecia la ofrece el romano Casiodoro en el siglo VI: “Vivís como las aves marinas, en hogares dispersos, cual las Cícladas, sobre la superficie del agua”. Aunque solo había transcurrido un siglo desde que los primeros pobladores se instalaran allí huyendo de los bárbaros, Casiodoro alude ya a varias de las particularidades de este todavía primitivo refugio de la laguna: la rareza de su asentamiento acuático, su proverbial democracia, un incipiente comercio con la sal y la pesca y la construcción de embarcaciones “amarradas a las puertas de vuestros hogares”.
Pero habrán de pasar mil años para que de esas mimbreras emerja una joya arquitectónica de piedra y mármol, para que las “nulas distinciones entre ricos y pobres” se institucionalicen en un gobierno oligárquico, para que del comercio se fragüe un auténtico imperio y para que sus embarcaciones dominen el Mediterráneo, a caballo entre Occidente, Bizancio y el Islam.
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