Día 18 de julio. Con la misma formulación que 2 de mayo, 12 de octubre, 14 de abril, 23-F. No es precisa más que la datación en un día y mes para que un acontecimiento monstruo, esa categoría de ellos que definiera Pierre Nora, pase al imaginario y a la memoria común como imagen imborrable. Hay acontecimientos de diverso calado y que conmueven con mayor o menor intensidad el devenir histórico.
A veces, el gran evento viene a ser una gratificación para la comunidad, cuando lo sucedido parece confirmar el sentido positivo que las gentes atribuyen a un cierto devenir presente. Ése fue el caso de la transición a la democracia en la España posfranquista. Estamos entonces ante el acontecimiento glorioso, memorable, que contribuye a potenciar la autoidentificación del grupo. Se presenta como el estereotipo del progreso.
A veces, por el contrario, el acontecimiento monstruo deviene y se desarrolla como catástrofe, rémora, obstáculo insuperable o, en fin, trauma colectivo, que hace sentir el acontecimiento como paradigma del retroceso. Como el modelo de un tropiezo, de un error. En el sentir de las gentes los acontecimientos monstruos no son, pues, equivalentes. Son memorables o reprobables.
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