Fotograma de la película "Cambio de reinas", dirigida por Marc Dugain.
Fotograma de la película "Cambio de reinas", dirigida por Marc Dugain.

Marc Dugain es un escritor y cineasta francés cuya primera ficción, La chambre des officiers (1998), un drama ambientado en la Gran Guerra, fue llevada al cine con relativo éxito por François Dupeyron en El pabellón de oficiales (1999). El propio Dugain se dio a conocer como realizador con Une exécution ordinaire (2010). Basándose en otra de sus novelas, en aquella ocasión proponía un acercamiento a los últimos días de Stalin mediante la figura de Anna, una curandera llevada al Kremlin después de que el Zar Rojo ordenase ejecutar a su médico personal. Si consideramos que en Cambio de reinas (2017), la última cinta de Dugain, que llega ahora a la cartelera española, nos transporta al Versalles dieciochesco, podemos decir que este cineasta –aunque se haya basado en una novela ajena, original de Chantal Thomas– se muestra especialmente interesado por los centros donde se ejerció el poder absoluto.

En concreto, podría afirmarse que su afán radica en mostrar la forma en que ese poder ha utilizado a las mujeres con impunidad. Como no podía ser de otra manera, ante uno de los personajes más perversos de la historia, el Stalin de Dugain influía sobre Anna hasta conseguir que ella se apartase de su amante en la misma medida que se iba acercando al presidente soviético.

Fotograma de la película "Cambio de reinas", dirigida por Marc Dugain.
Fotograma de la película «Cambio de reinas», dirigida por Marc Dugain.

En Cambio de reinas es el duque de Orleans (Olivier Gourmet), regente de Luis XV de Francia, quien, tras una larga y cruenta guerra, decide sellar la paz con España por medio de una boda. A tal fin ofrece a Felipe V (Lambert Wilson) a su hija Luisa Isabel (Anamaria Vartolomei) como esposa para el entonces príncipe de Asturias (Kacey Mottet Klein) y futuro Luis I. Según explica una de las cortesanas de Versalles encargadas de la preparación de la francesa para su marcha a la corte española, la función de las princesas era procrear nuevos vástagos para las dinastías.

“Beatos infames”

Aunque la princesa de Montpensier –tal era el título de María Isabel– era hija de Felipe II de Orleans y Francisca María de Borbón, no acepta de buen grado su destino. Para ella, los españoles –como para la mayoría de los gobernantes franceses, tanto del antiguo como del nuevo régimen– solo son “unos beatos infames”. Partiendo de esa base, entra de mala manera en la corte madrileña y es recibida en consecuencia por la familia real.

Fotograma de la película "Cambio de reinas", dirigida por Marc Dugain.
Fotograma de la película «Cambio de reinas», dirigida por Marc Dugain.

Sin embargo, el príncipe de Asturias la ama. Lo que para la historia de este lado de los Pirineos es el trastorno límite de la personalidad de la de Montpensier –inestabilidad emocional, pensamiento dicotómico, impulsividad y relaciones interpersonales caóticas–, para Dugain es una rebeldía por parte de la princesa que sintoniza con el espíritu del feminismo actual.

Distinto es el caso de María Victoria de Borbón y Farnesio (Juliane Lepoureau), la infanta-reina ofrecida por Felipe V a cambio y prometida a Luis XV cuando contaba cuatro años. Ya en el carruaje que la lleva a Versalles por primera vez, se gana a madame de Vetandour (Catherine Mouchet) tras viajar dormida sobre sus rodillas.

Fotograma de la película "Cambio de reinas", dirigida por Marc Dugain.
Fotograma de la película «Cambio de reinas», dirigida por Marc Dugain.

Cambio de reinas es una cinta todo lo esteticista que ha de serlo una producción localizada casi por completo en los palacios de las respectivas coronas. A los más dados a la pompa palaciega, les conmoverá ver cómo las princesas abandonan las cortes en que crecieron para ir a reunirse con los herederos, aún niños, a quienes las han prometido. Pero les conmoverá aún más saber del destino de las princesas en una corte extranjera: celebradas y festejadas al principio, para acabar siendo humilladas y maltratadas.

Javier Memba

*Artículo publicado en La Aventura de la Historia, número 237.

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