Cuando comenzamos en los años setenta la preparación de la Historia de las mujeres no nos preguntábamos sobre sus posibilidades o sobre su pertinencia. Sencillamente, había que hacerla. Las mujeres, decíamos, existieron; pero los historiadores, practicantes de una historia general que era básicamente económica y política, pensaban que el sexo femenino no había tenido ningún protagonismo en esa Historia, con mayúscula, que se consideraba relevante. El objetivo declarado entonces por las historiadoras feministas era hacer un relato que sirviera para resaltar las acciones de las mujeres del pasado, que fuera también gratificante para las del presente, que reclamaban una historia con la que poder identificarse.
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