El hecho de que Mariano Fortuny Madrazo fuera reconocido en Europa y en América, e ignorado aquí, en el país que le vio nacer, no debe causar extrañeza: uno de los rasgos del hecho diferencial español reside precisamente en despreciar el talento propio por encima incluso del ajeno. Y si a este peculiar rasgo de nuestro inconsciente colectivo añadimos la ausencia de formación y de sensibilidad que ha caracterizado a nuestras clases dirigentes a lo largo de los tiempos, no es difícil entender por qué el artista granadino, además de ignorado en vida, padeció, tras su muerte, el desdén del Gobierno español –corría el año 1949–, que rechazó el legado del palacio de Orfei, de Venecia, ofrecido por Henriette Nigrin, la viuda del artista.
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