Uno de los episodios de la vida de Miguel de Cervantes más desconocidos para el gran público, y que sin embargo más le marcaron, fueron los penosos cinco años que sufrió como cautivo en la ciudad corsaria de Argel en el norte de África. Esta ciudad, que vivía del tráfico de esclavos cristianos apresados, o bien durante la navegación por el mar Mediterráneo, o bien secuestrados de sus pequeñas poblaciones ribereñas del Mare Nostrum, había llegado a convertirse en una próspera urbe de unos 150.000 habitantes.
La mayoría eran antiguos cristianos que habían renegado de su religión para convertirse al islam, adhiriéndose así a la élite que se lucraba con ese horrendo tráfico de seres humanos. Argel funcionaba políticamente como un satélite del Imperio otomano cuya capital era Constantinopla.
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