el origen del mal

Ángel Carvajal es un militar falangista que actuó como espía en el norte de África. La historia de su vida, contada en un manuscrito que comienza con la enigmática frase “Estoy muerto”, termina en manos de un librero musulmán y de un escritor afincados en Madrid que reciben el encargo de leer la obra en un tiempo récord. La premura no es casual. José Carlos Somoza es el autor de «El origen del mal», una novela de suspense capaz de recrear las intrigas del servicio de inteligencia y sus ecos en la actualidad.

Pregunta. ¿Por qué ha decidido trasladarse al norte de África de los años cincuenta?

Respuesta. Marruecos era entonces un enclave extraordinario. Se trataba de un tablero en el que se estaban peleando dos fuerzas bien delimitadas desde la II Guerra Mundial: la occidental o norteamericana y la soviética. Eso fue lo que me atrajo de ese periodo histórico, esa clase de enfrentamiento que no hemos dejado atrás: seguimos enfrentándonos o por lo menos hay grupos que desean que sigamos enfrentándonos y creyendo que hay dos zonas delimitadas, libertad y tiranía, curiosamente intercambiables. Creo que todavía estamos viviendo en esa clase de mundo, por eso la novela tiene dos niveles. No solo hablo de las circunstancias históricas en ese momento, sino que trato de reflejarlas en algo que está ocurriendo en el presente, como metáfora de que las decisiones que se tomaron repercuten ahora.

P. ¿Por ejemplo?

R. Quizá sería arriesgado decirlo, pero creo que en aquella época empezó una forma de entender el mundo occidental y el musulmán. Hasta entonces habíamos vivido como coloniales, es decir, como el grupo de poder europeo que se asentaba en países subdesarrollados donde ejercía poder y autoridad sin problema, y lo único que había que hacer era repartir el pastel. Eso fue hasta que esos países empezaron a reclamar la independencia.

P. El suspense de la novela se sostiene en un escenario muy complejo en el que conviven distintos intereses.

R. En general, no me interesaba poner dos bandos claramente definidos. Estos, si alguna vez existieron, cosa que dudo, se extinguieron en la II Guerra Mundial. A partir de ese momento, los bandos quedaron muy disgregados, muy dispersos. Los intereses parecían contrapuestos de cara a la galería y después eran subterráneamente comunes. No buscaba el enfrentamiento entre colores, sino un enfrentamiento psicológico entre formas o ideas de entender el poder. Un poder reflejado en vamos a cuidar lo que tengo, mi terruño, mi lugar, mis tradiciones y otro que piensa en influir en el mundo entero.

P. Ángel Carvajal está inspirado en el militar español Víctor Martínez-Simancas. En la novela agradece al autor de su biografía, José Manuel Guerrero Acosta, y a un compañero del militar, Gerardo Rodríguez, lo que le han enseñado sobre el ejército y el servicio de inteligencia de aquella época. ¿Qué destacaría?

R. No nos damos cuenta de la cantidad de detalles –como un clip, una máquina de escribir o que fulanito, encargado de revelar las fotos, no tuviera catarro un día concreto– de los que dependía la seguridad en esa época. No creo estar muy equivocado si me atrevo a asegurar que en esta pasa exactamente igual, pero no estamos hablando de grapadoras, sino de que no sé quién no haya jaqueado Internet. Nos escalofriaría pensar que nuestra seguridad como nación está en manos de esos detalles cotidianos, como me contaban Gerardo y otros.

P. Un momento importante de la trama es la explosión de un polvorín en Cádiz en 1947, hecho histórico sobre el que todavía quedan muchas dudas. ¿Cree que se resolverán?

R. Pues no lo sé. La versión oficial se limitó al azar. Pero no está claro, no hay nadie que pueda asegurar al cien por cien que fue solo producto de la desidia y que el azar hizo que se prendiera la llama.

Texto y foto: Marta Pérez Astigarraga

*Artículo publicado en La Aventura de la Historia, número 232.

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