Esta semana finalizan las excavaciones de la última trinchera de la Guerra Civil en la Ciudad Universitaria de Madrid, concretamente en la zona del comedor y lavadero del desaparecido asilo de Santa Cristina, punto neurálgico de una fortaleza subterránea que convirtió toda la zona en un «queso gruyère». Ahora será de nuevo tapado, pues no existe ningún plan de protección para conservarlo abierto o patrimonializarlo.
Un equipo del Instituto de Ciencias del Patrimonio (Incipit) del CSIC dirigido por Alfredo González-Ruibal ha estado un mes excavando este histórico lugar en la segunda campaña sobre sitios de la Guerra Civil, financianda con fondos privados, y el pasado sábado 21 de julio en una jornada de puertas abiertas muy concurrida mostraron los resultados de su investigación de campo.
Uno de los objetivos del proyecto de este año era localizar la trinchera de comunicación que une el asilo de Santa Cristina con la retaguardia franquista . una trinchera de enorme valor simbólico, porque por ella caminaron los oficiales franquistas y republicanos que escenificaron la rendición de Madrid el 28 de marzo de 1939, cuando el coronel Adolfo Prada entregó el mando al coronel Eduardo Losas (vestido con chilava, en la imagen).
La imagen de la zona también nos ayuda a visualizar el tipo de combate que se desarrolló en esta zona de la Universitaria: una guerra de trincheras muy semejante a la de la I Guerra Mundial, con las granadas y morteros como protagonistas, como bien cuenta González-Rubial en su blog Guerra en la Universidad sobre esta campaña.
Objetos personales, restos de viandas y otras curiosidades
Entre las ruinas ocultas del antiguo asilo y sus alrededores se han encontrado “un auténtico tesoro de la Guerra Civil: objetos personales, insignias, chapas de identificación, munición, vajilla, granadas de mortero sin detonar… (y alguna ampolla de morfina)”, cuenta González-Ruibal, científico titular del Incipit.
Algún orinal, ampolla de morfina, cepillos de dientes y tinteros, entre otras cosas, se han encontrado en la prospección de un lugar en el que vivieron y, sobre todo, murieron miles de combatientes de ambos bandos que durante dos años y medio sostuvieron una cruel y encarnizado enfrentamiento en «un infierno» de trincheras, galerías y refugios que llegaron a alcanzar un perímetro de 12 kilómetros, según datos de Fernando Calvo, autor del libro «La guerra civil en la Ciudad Universitaria».
«La cuña nacional tenía unos cuatro kilómetros de largo contados desde el Manzanares hasta el Clínico, con unos 4.000 hombres (primero ocho y después seis batallones de legionarios, principalmente). El bando republicano mantenía allí a unos 10.000 efectivos (desde noviembre del 36 a marzo del 39) en una guerra de minas que dominaban. Ambos bandos lucharon con heroicidad«, explica Calvo.
Se calcula en más de 200 minas las que fueron las que fueron voladas en la Universitaria, al menos 50 contra el Clínico y unas 20 contra el asilo. «Conviene aclarar que las minas no eran antipersona, sino galerías excavadas al fin de las cuales se cebaban con dinamita, chedita, TNT y volaban a quienes estuvieran arriba, enterrándolos vivos», añade Calvo.
Los datos ayudan a comprender la dimensión de la batalla pero se quedan lejos, demasiado fríos, a la hora de transmitir las sensaciones y emociones de los hombres que se dejaron la piel y la vida durante tanto tiempo en esos siniestros túneles y refugios.
Quizá por ello es comprensible que la final de una contienda tan dura y mortífera los combatientes del bando ganador celebraran la victoria de manera especial, es la hipótesis que manejan los arqueólogos tras encontrar en la zona destinada al comedor del antiguo asilo botellas de vidrio intactas, de licor y sidra (una bebida inhabitual en un frente destinada a festejos en aquella época) y restos de una caldereta de cordero, que el equipo de campo ha denominado «el festín de la victoria». Pero también destacan que la vida del soldado, y sobre todo del zapador (jornadas enteras en un túnel sin ver la luz y con la amenaza constante de ser volado por los aires), en aquel lugar era un infierno diario, prácticamente la de un condenado a muerte, por lo que bien pudieran recibir ración extra de comida y, sobre todo, de alcohol.
Poco tiempo después de terminar la guerra, esta zona fue sepultada completamente, y según los investigadores además de una explicación simbólica existió otra funcional, pues era una topografía peligrosa, llena de cráteres, túneles, minas, refugios y bombas sin explotar al lado del centro de Madrid. Ahora este yacimiento bélico será de nuevo enterrado, quizá para siempre. O no.
Restos de preguerra en la última trinchera
No han sido hallazgos sobre la guerra civil, la época previoa también subyace bajo el asilo a los pies del hospital Clínico, una institución que acogía a todo tipo de personas; además de huérfanos, también iban a parar allí gente sin recursos y con problemas psiquiátricos o mujeres descarriadas. Las familias ricas solían donar al asilo enseres y ajuar y por eso se han encontrado lámparas de araña, vajillas de porcelana o vasos de vidrio tallado.
Iciar Reinlein
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¡Muy buenas! El pabellón del asilo excavado fue un dormitorio con 70 camas, aunque luego reutilizado como cantina. Si os interesa la historia del asilo de Santa Cristina os recomiendo un trabajo realizado por Isabel Gea que ha ido colgando en su blog «el rincón de Mayrit»