La Europa de las primeras décadas del siglo XVI, cuyo comercio aumentaba de forma considerable, requería un creciente numerario. Para acuñar más moneda eran necesarias grandes cantidades de oro y plata, de las que se abastecía, como podía, de algunas minas existentes en el Viejo Continente y de las remesas que le llegaban del África subsahariana. Pero esas cantidades eran insuficientes porque a las necesidades económicas se sumaban los crecientes gastos de los Estados nacionales que se estaban forjando en Europa.
El gran negocio por aquellas fechas era el comercio de las especias, a las que se valoraba tanto o más que el oro o la plata. El clavo, la pimienta, la canela… eran productos solicitados y valiosos. Su comercio dejaba unos beneficios tan grandes que compensaban los graves riesgos que suponía traerlas desde lugares lejanos, que para los europeos de la época tenían mucho de exóticos y misteriosos.
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