La obra del historiador sevillano Manuel Moreno Alonso recuerda las imágenes de los viejos westerns, con los indios atacando a sus enemigos y girando sin descanso en torno a ellos. Solo que en este caso no se trata de enemigo alguno, sino de un período histórico crucial para la historia española contemporánea: la guerra de Independencia, y en ella el punto de encuentro entre las ideas de reforma de la Ilustración y la decisión napoleónica de ocupar España. Es el tiempo en el cual, según diagnóstico Pierre Vilar, cobra forma la modernización política del país en una circunstancia trágica que destruye su viabilidad.

Este contenido no está disponible para ti. Puedes registrarte o ampliar tu suscripción para verlo. Si ya eres usuario puedes acceder introduciendo tu usuario y contraseña a continuación:

Por eso los trabajos de Moreno Alonso se adentran una y otra vez en ese horizonte de esperanza y frustración, de manera que el rigor positivista de la investigación coexiste inevitablemente con el sentimiento de fracaso que transmiten las peripecias de sus personajes individuales o colectivos; trátese del clero afrancesado, del ejército patriótico transitoriamente victorioso en Bailén o de la dramática figura de aquel gran rey en potencia que pudo ser José I.

Un sentimiento que además se ve realzado por el justificado entusiasmo que Moreno Alonso muestra hacia esos personajes, caso del caballero navarro Miguel José de Azanza, de este libro. La minuciosa reconstrucción de su formación y ascenso, integrándose en las redes del pensamiento reformador, permite apreciar el enorme capital humano que de cara a una transformación del país se reunió en los años finales del reinado de Carlos III.

Miguel José de Azanza, duque de Santa Fe, retratado como virrey acompañado de Atenea, diosa de la Sabiduría, la Justicia y la Fama.
Miguel José de Azanza, duque de Santa Fe, retratado como virrey acompañado de Atenea, diosa de la Sabiduría, la Justicia y la Fama.

Eran apasionados militantes de la razón, y ello tenía claros efectos en la selección del personal gobernante, y también en la consolidación de una red de amistades electivas (aún antes de la gran intrusión de Godoy, también se colaban intrusos como ese conde de Lerena, “niño bonito de Floridablanca”, perseguidor de Cabarrús). La creciente valoración de las capacidades de Azanza, que culmina en su nombramiento como ministro de la Guerra en 1795 y luego como virrey de Nueva España, fue la prueba de que era superable la también demasiado real trama de relaciones clientelares, que encontraron su vértice personal en la figura del valido Manuel Godoy.

La vida política de Azanza, como las peor tratadas por Godoy de Saavedra y de Jovellanos, alcanza entonces su grado más alto y va a parar pronto a un callejón sin salida. Godoy no duda en llamar a su lado a quienes cree más capaces, o a quienes le recomienda Cabarrús mientras confía en él, pero pasa luego a ejercer la desconfianza y la persecución. Por lo menos para Azanza todo queda en lo que él mismo califica de “período de ostracismo en Granada”, de 1800 a 1808, del cual sale como otros reformadores ilustrados para servir en primera línea a José I.

Luego seguirá un largo exilio en Francia hasta su muerte en 1826, sin que sirva de nada su esfuerzo explicativo ante Fernando VII, en la Memoria que escribe con el también afrancesado O’Farrill en 1814 “para reconciliarnos con la Nación”. A título personal, Azanza, desde una “situación deshonrosa” que lamenta, se convierte así en espejo del fracaso de un país al que sirvió con inteligencia y lealtad plenas, tal y, como reseña Moreno Alonso, con la excelencia del rigor. Una gran biografía, anuncio de la próxima que el autor dedicará al Regente Francisco de Saavedra, otra figura clave del período.

Las “grandes vicisitudes” del caballero Azanza (1746-1826). De virrey de México a ministro de José Bonaparte

Manuel Moreno Alonso,

Madrid, Silex, 2023,

663 págs., 32 €

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí