La medianoche del 31 de diciembre puede ser considerada como la mayor fiesta del mundo. Sin embargo, se trata de una convención cultural europea. Por una simple regla de numeración caprichosa que rinde culto a los números redondos, el paso del año 1999 al 2000 disfrutó de una repercusión mediática sin precedentes. Desde que en una diminuta isla de Oceanía la hora oficial –relacionada con la marcada en el londinense observatorio de Greenwich– indicó las 24:00 horas, a medida que en los diferentes husos horarios se llegaba al mismo momento, las espectaculares celebraciones eran retransmitidas en directo por televisión vía satélite, constituyendo un preciso y precioso ejemplo de globalización.
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