«Os aviso, cuando a los grandes de este mundo les da por amaros, es que van a convertiros en carne de cañón…”. En ningún cementerio militar hay escrita esta frase de Viaje al fin de la noche, de Louis Ferdinand Céline, aunque creo que no sería mala idea. Visitar un cementerio militar, cuando no te une ningún vínculo familiar con nadie de los allí enterrados, es muy extraño siempre. Sobre todo cuando los otros lazos casi se han desatado y no hay ni patria ni ideología ni religión que te conecte a esos cuerpos. Pero siempre queda algo, los muertos siempre dejan algo más, no solo un puñado de monedas a Caronte. Todos los cementerios guardan, por pequeña que sea, una porción de belleza y de verdad, y además suelen coincidir en la misma cosa. En la comarca de La Vera, al norte de la provincia de Cáceres, concretamente en Cuacos de Yuste, se encuentra el único cementerio militar alemán de toda España. En él se encuentran los restos de 180 soldados germanos, fallecidos durante la I y la II Guerra Mundial en territorio español o cerca de sus costas.
En esa ladera de la sierra de Gredos, veintiséis olivos cobijan con su sombra una formación de cruces grisáceas exactamente iguales. Una imagen impactante: 180 sencillas cruces de granito oscuro, cuidadosamente alineadas. El cementerio consta aproximadamente de 3.850 metros cuadrados, con robles y alcornoques rodeando una capilla y el claro donde están enterrados esos militares caídos en época de guerra. Al lado de la carretera que sube al monasterio, una pequeña muralla y un igualmente pequeño aparcamiento adosado al arcén, da paso a un sendero que conduce hasta la capilla. En torno a esta se encuentran, por un lado, los jardines y, del otro, tres patios funerarios y las tumbas. Al llegar a la puerta de la capilla, posiblemente uno se tope con Pedro, un amable rumano que dice vivir allí y que se ofrece como oficioso guía a quien lo desee. Muy cerca de él dormita un perro llamado Pablo. Viste un mono azul, sonríe constantemente y en sus ojos no hay ni rastro de locura, al contrario, son serenos y amistosos. Paseando por entre las tumbas uno se pregunta muchas cosas, y también en qué lugar dormirán Pedro y su perro, cómo serán las noches en aquel lugar, en mitad de una carretera algo escarpada de una sierra fecunda, acompañado de cruces de granito.
827 camposantos en 45 países
Grabadas en las cruces puede leerse el nombre del militar, su rango y el día de su fallecimiento. Bajo ellas se encuentran enterrados aviadores y marinos alemanes de la I y la II Guerra Mundial que llegaron a las costas y tierras españolas debido a naufragios o al derribo de sus aviones; 26 militares de la Gran Guerra, 129 de la II Guerra Mundial, la mayoría de ellos pertenecientes al Ejército del Aire (Luftwaffe) y a la Marina de Guerra (Kriegsmarine), 25 In memoriam (no contienen restos), y ocho son de soldados desconocidos. No hay ningún otro símbolo más allá del silencio que envuelve el lugar.
Después de la Gran Guerra, a finales de 1919, nació en Alemania la Comisión de Cementerios de Guerra Alemanes (Volksbund Deutsche Kriegsgräberfürsorge), una asociación no gubernamental cuyo objetivo era buscar, promover y conservar las tumbas de los militares fallecidos fuera de sus fronteras. Dicha entidad ha estado activa desde entonces, con un pequeño “paréntesis” durante la II Guerra Mundial, manteniendo un total de 827 camposantos en 45 países. En 1954 recibió el encargo del Gobierno de la República Federal de Alemania de buscar en el extranjero las sepulturas de los soldados alemanes, no para repatriarlos, sino para reunificarlos, creando para ello cementerios propios en esos determinados países.
Huella de Carlos V
La Comisión adquirió en 1975 un terreno en el que finalmente se establecería el cementerio militar alemán, concretamente en el municipio de Cuacos de Yuste. El motivo de su ubicación hay que buscarlo en el monasterio donde el emperador Carlos de Austria o Habsburgo, conocido como Carlos I de España y V de Alemania, pasó sus últimos meses: en 1556 el emperador Carlos abdicó, dejando sus reinos en manos de su hermano y su hijo, e instalándose en la comarca de La Vera a fin de encontrar mejoría para la molesta enfermedad que le aquejaba, la gota. Mientras se hospedaba en el castillo de Oropesa por cortesía de Fernando Álvarez de Toledo y Figueroa, mandó construir junto al monasterio de Yuste una casa-palacio, donde se hospedó desde febrero de 1557. Poco más de un año después fallecería, el 21 de septiembre de 1558. Ese es el motivo principal que explica por qué dicho cementerio se encuentra allí. Aunque en 1573 Felipe II trasladó los restos de Carlos V de Cuacos de Yuste al Panteón de Reyes del monasterio de El Escorial, siempre fue el deseo del emperador Carlos que sus restos descansasen donde falleció. Resulta imposible imaginar el deseo último de los soldados alemanes que fueron trasladados a unas decenas de metros del monasterio, pero seguramente ninguno imaginó que pudiese ser aquel.
En junio de 1980 comenzaron las obras del cementerio. Al mismo tiempo, una joven empleada de la embajada alemana en España, llamada Gabriele Marianne Poppelreuter, iniciaba la búsqueda de las tumbas de todos los soldados alemanes que se hallaban distribuidas por el país con el fin de trasladarlos al futuro cementerio. Tardó tres años en dar por finalizado su trabajo –recorriendo más de 15.000 kilómetros para ello–. Los restos de los militares fueron introducidos en urnas precintadas y rotuladas que fueron almacenadas en una sala del palacio del monasterio hasta la finalización de las obras. El cementerio se inauguró el 1 de junio de 1983 con una misa oficiada conjuntamente por un sacerdote protestante y el abad del monasterio de Yuste.
Una placa en la entrada del recinto explica su origen, señalando que los soldados “pertenecieron a tripulaciones de aviones, submarinos y otros navíos de la Armada hundidos. Algunos de ellos murieron en hospitales”. Ninguno de los enterrados en Cáceres perteneció a la Legión Cóndor que luchó en la Guerra Civil española. “Sus tumbas estaban repartidas por toda España, allí donde el mar los arrojó a tierra, donde cayeron sus aviones o donde murieron”.
De las entrañas de un Uboot a Yuste
En el libro El cementerio militar alemán de Cuacos de Yuste, de los investigadores Violat, Verdú y Ruzafa, publicado por la Diputación de Cáceres y el Institución Cultural El Brocense, se cuenta con detalle el origen y construcción del camposanto, así como las historias de los soldados alemanes enterrados allí.
Destacan los 52 tripulantes de diversos submarinos: 38 fallecidos en el hundimiento del U-77, cinco pertenecientes al U-966, un tripulante del U-760, otro del U-454, uno del U-447, cinco del U-755, uno del U-955 y uno del U-39 de la IGM, así como numerosos pilotos y tripulantes de la Luftwaffe.
Otto Hartmann, comandante del submarino U-77, tenía 25 años cuando falleció. Era el pequeño de cuatro hermanos de una familia de Stuttgart. Quería estudiar Medicina, pero su familia no tenía suficiente dinero. Optó por hacer la carrera militar como oficial, pudiendo de ese modo acceder a una formación universitaria. De los 85 graduados de su escuela, él fue uno de los tres elegidos para estudiar en la Escuela de Cadetes de Marina de Kiel. Se graduó y en pocos años ascendió a comandante. Su cadáver apareció en la primavera del año 1943 en Altea (Alicante). Había zarpado unas semanas antes a bordo del submarino U-77 desde La Spezia (Italia), con la misión de controlar el tráfico naval en el oeste mediterráneo. Tras torpedear a dos buques aliados, les bombardeó un avión Hudson de la RAF (Real Fuerza Aérea Británica), y después otro acabó hundiéndolo cerca de Cartagena (Murcia). Dos pesqueros españoles (llamados Mauricio y Mari Paqui) rescataron cinco cadáveres, entre ellos los de Walter Bayer, Matthias Otten y Hubert Mörsch, mientras que otra embarcación (el Peñón de Ifach), encontró a nueve supervivientes. Los otros 38 tripulantes perecieron bajo el mar, entre ellos el comandante Otto Hartmann y también Karl Schmidt. Los nueve marineros del Peñón de Ifach fueron recompensados por el agregado naval de la embajada alemana, haciéndoles entrega de un reloj de pulsera y un salvavidas para cada uno, más mil pesetas para repartir entre todos.
Sin embargo, no todos los soldados enterrados murieron en el campo de batalla, algunos lo hicieron por accidente o causas naturales. Por ejemplo, en 1944 muchos militares alemanes que se encontraban en Francia se refugiaron en España, donde fueron confinados en diferentes lugares, entre ellos el balneario de Sobrón, en la provincia de Álava. Allí perecieron Walter Dunker (por una embolia) y Johann Mungenast (debido a un fallo cardiaco provocado por una insuficiencia valvular, agravada por un corte de digestión mientras se bañaba en el río Ebro). Karl Schukalla, que pertenecía al sumergible U-39, se vio obligado a buscar refugio en Cartagena el 18 de mayo de 1918 tras haber sido atacado por aviones aliados. Schukalla murió en esa misma ciudad el 11 de noviembre a los 29 años.
En Vilagarcía de Arousa estaban enterrados Arnold Buge y Georg Duborg, fallecidos de gripe española en un barco en octubre de 1918. Otros soldados de la I Guerra Mundial recibieron sepultura en Zaragoza, Las Palmas, Madrid y Alcalá de Henares. J. M. C.
Respeto y humildad
Aunque el camposanto fue diseñado para albergar 186 tumbas, finalmente solo fueron ocupadas 180 debido a problemas en las exhumaciones. Veinticinco fosas no guardan cuerpo alguno, debido a que los mismos habían sido depositados en osarios comunes o se desconoce su destino. Son las cruces que llevan la inscripción In memoriam. Tanto en unas como en otras tan solo aparece el nombre del fallecido, su ocupación en el momento de la muerte y la fecha de nacimiento y defunción, sin diferenciar rangos militares. Además, los soldados están agrupados con los de su mismo cuerpo de servicio y guerra en la que tomaron parte. También se colocaron ocho cruces pertenecientes a soldados cuya filiación se desconocía y en las que puede leerse la frase “Ein Unbekannter Deutscher Soldat” (Un soldado alemán desconocido).
Cada año, el segundo domingo de noviembre, la Comisión de Cementerios de Guerra Alemanes organiza el Día de Luto Nacional (Volkstrauertag), en el cual se recuerda a todos estos soldados fallecidos dentro y fuera de sus fronteras, así como a los que en la actualidad se encuentran en misiones de paz o humanitarias.
En las últimas líneas de la placa conmemorativa del Cementerio Alemán de Cuacos de Yuste puede leerse: “Recordad a los muertos con profundo respeto y humildad”. Paradójicas palabras que siempre resultan certeras. Gran parte son muchachos que solo contaban con 18 o 20 años.
Juan Miguel Contreras
*Artículo publicado en La Aventura de la Historia, número 219.
https://jcviolat.wixsite.com/cementerio-aleman?fbclid=IwAR0Ovse5AhWjp4L6B4TUn4jxVxU3m8E2rQfTkOsRMa3eaorNR2dHUUpwh8A