Era un precioso día y el sol brillaba con fuerza”, escribía en 1915 Willi Siebert, un soldado alemán destinado en el sector de Ypres durante la Gran Guerra. “Debíamos estar de pícnic y no haciendo aquello”. Aquel 22 de abril, Siebert deseaba estar disfrutando de aquel inusual día despejado por esas latitudes. Sin embargo, tenía que trabajar con su unidad de guerra química como parte de la Operación Desinfección, para abrir 5.730 contenedores que contenían 168 toneladas de gas cloro.
“Reinaba el silencio y nos preguntábamos qué iba a suceder –escribió Siebert–. Conforme la gran nube verde avanzaba, oímos el grito de los franceses y el relinche de los caballos agonizantes”. El soldado canadiense A. T. Hunter describió su efecto: “Muchos murieron en el acto. Los otros, jadeando, con caras desencajadas, gesticulando nerviosamente, lanzaban gritos espantosos y huyeron a las localidades cercanas, llevando el pánico a sus poblaciones”.
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