“Cuando salía del santuario (taoista, de Tosho-gu), oí la voz de una niña pequeña, de unos cinco o seis años, completamente encorvada. Y vi unos bracitos delgados que me acercaban una taza de arcilla rota por la explosión. Se detuvo para pedirme agua con un recipiente tan roto que no podía contener nada. Unas manitas que sostenían una taza inservible. Era una voz muy débil, muy tenue. Solo la escuché y seguí caminando. No me paré. No tenía agua, y aunque la hubiera tenido tampoco podía saber si la niña habría sobrevivido o no. Pero el caso es que no me conmoví, ni siquiera sentí necesidad de detenerme”. Masayo Mori relató –74 años después de la explosión atómica de Hiroshima– este escalofriante episodio vivido por ella al periodista y escritor Agustín Rivera (Málaga, 1972), entonces corresponsal del El Mundo en Japón.
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